¡Qué difícil es guardar un secreto! Basta contárselo a una persona para que en poco tiempo éste sea del dominio público. De nada sirve un «…pero no se lo digas a nadie» porque todos tenemos por lo menos a alguien con quien nos urge saborear lo recién sabido. Y así, de confidente en confidente…
Otro tipo de depredadores de secretos son los espías. Los hay por afición y también por profesión, pero siempre han existido y, como buenos cazadores, en cuanto obtienen una presa se apuran para que los demás se enteren.
Estas circunstancias han dado origen a la expresión «las paredes oyen», con la cual se advierte lo vulnerable que son los secretos y que ninguna precaución sobra para mantenerlos a salvo.
La historia que se cuenta
Una historia muy difundida es que la expresión tuvo origen en Francia, en la segunda mitad del siglo xvi, tiempo en que las luchas religiosas asolaron a este país. Catalina de Médicis y el duque de Guisa instigaron a los católicos a llevar a cabo una matanza de hugonotes —los seguidores de Calvino— la noche del 24 de agosto de 1572, trágica fecha que la historia recuerda como «La noche de los cuchillos largos».
Por el ambiente de intrigas palaciegas que se vivía, se cuenta que la reina Catalina mandó construir en las paredes de su palacio conductos acústicos secretos para oír lo que se hablaba en las distintas habitaciones, y así enterarse de cualquier conspiración en su contra. De ahí nacería decir que «las paredes oyen».
Por mucho tiempo, esta historia se ha tenido por cierta y se ha contado a lo largo y ancho del mundo hispano. No obstante, yo no estoy de acuerdo; la reina Catalina vivió entre 1519 y 1589, y ya en 1438 Alfonso Martínez de Toledo escribió la obra Arcipreste de Talavera —mejor conocido como El corbacho—, que en castellano de la época, dice:
Guarda tu lengua e non quieras mucho fablar, en público nin en secreto, de tu menor, ygual, e mayor, e espeçialmente de tu señor o rrey, que por secreto que tú el mal dixeres, guárdate que non pase alguna ave por el ayre bolando, que la lleve las nuevas. Por tanto se dize: Guarda qué dizes; que las paredes a las ora ‘palabras’ oyen e orejas tienen.
Además de los buenos consejos que nos da Martínez de Toledo, nos hace saber que imaginarse las paredes con orejas es muy antiguo, de muchos años antes de que doña Catalina apareciera en este mundo. Creo que no erramos al decir que el verdadero origen de la expresión «las paredes oyen» está en que, desde siempre, los humanos somos muy metiches.
Texto publicado en el libro De dónde viene: El lado oscuro de las palabras, de Arturo Ortega Morán.