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¿De dónde viene «poner los cuernos»?

loc. verb. coloq

Cuenta la historia que en el antiguo Bizancio existió un emperador de nombre Andrónico (1118-1185), que acusaba una debilidad: intimar con las esposas de sus ministros y, para mayor gracia, hacer gala pública de ello. Los funcionarios, aunque agraviados, nada podían hacer para oponerse a los imperiales —¿o serían imperiosos?— deseos de su monarca, así que Andrónico solía compensar la «vista gorda» de éstos con amplios cotos de caza.

La costumbre era entonces que los aficionados a este deporte colocaran los cuernos de un ciervo en las puertas de sus casas, así que, con el tiempo, la otrora distinguida cornamenta se convirtió en el signo de los «cornudos» maridos que accedían a «prestarle» su cónyuge al pujante emperador.

La verdad es que ningún libro de historia habla de esta arcaica muestra de open mindedness, pero es bien cierto que en un tiempo fue de uso común que algunos maridos con precaria economía consintieran los deslices de la dueña de sus exiguas quincenas, con el fin de que ésta pudiera, por concepto de esas «horas extra», hacerse de algunos centavos para aportarlos a la olla familiar. De ahí que a aquellos flexibles bizantinos podría venirles bien un añejo refrán que reza:

«Los cuernos son como los dientes: duelen al salir, pero sirven para comer».

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