¡Sea por Dios! Que vengan chambelanes y damas de honor. Sofanor se trajo los galanes de allá de Escandón, y Leonor que trae quince muchachas. ¡Dios mío!, ¿que pasó? Nadie quiso ensayar vals, puro arrímese p’acá, de cachete y ¡vamos a’i!
«Los quince años de Espergencia», Chava Flores
chambelán: Hace cientos de años, un chambelán era un hombre noble y encumbrado, tan digno de confianza que estaba al servicio directo del rey y se encargaba de vestirlo. No le decían exactamente chambelán, sino kamarling, camarlengo o camarero —a su vez del latín camera, ‘cámara’—, por aquello de que podía entrar en los salones reales. Con el tiempo la palabra evolucionó del francés chambre —cámara— a chambellan. De ahí el español la tomó prestada hasta quedar tal como la conocemos.
Hoy sigue existiendo el chambelán o camarlengo como un título nobiliario en muchos países europeos que aún tienen monarquía. En Inglaterra hay un Lord Chamberlain, quien funge como consejero de la casa real; mientras que en el Vaticano, el camarlengo es el hombre más importante después del Papa, por ser el supervisor de la Cámara Apostólica.
De ahí al porqué en México les decimos chambelanes a los que acompañan a las quinceañeras hay un salto enorme, no sólo en el lenguaje, sino también en la práctica. Aquí todos somos plebeyos, por lo que aquello de chambelán se refiere —más jocosamente que en serio— al gentilhombre, o sea, al galán que acompaña a la princesita de la fiesta, esa tierna niña que, al cumplir 15 años, dejará la infancia para convertirse en una joven mujer.
El dem explica que los chambelanes son los muchachos que acompañan a una quinceañera en su fiesta y bailan con ella su primer vals, mientras el padre de la festejada —esto es mío, no del dem— los mira entre orgulloso y preocupado, pues ya ve cercano el día en que «su niña» quiera ser acompañada a su (re)cámara por un guapo chambelán.
chaperón/ chaperona: En los viejos tiempos era una verdad establecida que una joven respetable no podía andar sola por ninguna parte fuera de su casa, y menos aún si había cerca un miembro del sexo masculino. Había que proteger su virtud. Por ello, los padres contrataban a una señora que iba con la muchacha a todas partes y vigilaba que se mantuviera intacta su buena reputación, es decir, su virginidad.
La palabra chaperona proviene del francés chaperon, ‘caperuza o capa’, y se aplicó en México para llamarle así a la persona que acompaña, protege y vigila a una muchacha o a una pareja para —como dice el Diccionario de mexicanismos— «asegurar su buen comportamiento».
El calificativo de chaperón se fue extendiendo al paso del tiempo y, hasta hace unos años, podía llamársele así a quien hiciera «mal tercio», podía ser una chica que fuera con su amiga y el pretendiente de ésta al cine, o el hermanito menor que se aprovechaba del pobre novio pidiéndole que le comprara de todo con tal de dejarlo a solas un rato con la hermana.
Actualmente el término casi ha dejado de usarse: en primera porque las muchachas ya no requieren de una señora bigotuda que las acompañe cuando se van de fiesta; en segunda porque, al parecer, eso de cuidar la virginidad está cayendo tan en desuso como la antigua costumbre de llevar chaperón.