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De casamientos, parteras y abortos

¿Qué ha rodeado al embarazo, a la concepción, a la anticoncepción y a la reproducción durante siglos?

La reproducción sexual o gámica es la forma más ventajosa de adaptarnos al medio y sobrevivir; así se abrió paso la vida desde que sólo había organismos unicelulares en el planeta. En esta reproducción un ser pasa su información genética a otro, desde el cual se generará un nuevo organismo.
En nuestra especie le tocó al sexo femenino recibir los gametos, combinarlos y luego portar a las crías, lo que le ha traído una serie de desventajas, problemas, enfermedades y muertes, de las que quizá pocos conocemos, pero que, sin embargo, han estado presentes en la historia y aún hoy —en el siglo xxi— quedan vestigios.
Las mujeres nos embarazamos, pero todo lo que conlleva portar una cría y dar a luz ha estado rodeado por tinieblas a lo largo de los siglos. Es difícil hacer una historia bien documentada sobre
las prácticas e ideas que envuelven
a la concepción, porque al ser un
asunto doméstico, de mujeres —como
en todos estos asuntos—, existe poca documentación. Las mujeres carecen de historia, porque la historia no se hace de lo cotidiano. «A lo largo de la historia, Anónimo ha sido una mujer», diría Virginia Woolf.

¿Qué ha rodeado al embarazo, a la concepción, a la anticoncepción y a la reproducción durante siglos?

Antes del Medievo

Poco es lo que sabemos de la reproducción y del embarazo en la Antigüedad, ya que la mayoría de
los escritos provienen de unos cuantos manuales de obstetricia, y son acotaciones imprecisas. Hipócrates
y Galeno —siglos v a.C. y ii d.C.— tienen algunos tratados en donde hablan de la mujer y de su anatomía. Sorano de Éfeso —siglo ii, considerado el padre de la ginecología— escribió un manual de partos en el que ensaya sobre las parteras, la anatomía de los genitales femeninos y sus funciones, los aspectos fisiológicos de la menstruación y el embarazo; también describe cómo deben ser atendidos la madre y el recién nacido durante el parto.
Sin embargo, sí es claro que la mujer era vista, sobre todo, como un vehículo para la concepción, pues esta idea estuvo presente en muchos filósofos. Por ejemplo, en el siglo iv a.C., Platón afirmaba que el llamado «vientre o matriz» era un animal deseoso de procrear hijos y que, cuando no lo hacía, se enojaba y sus humores vagaban por todo el cuerpo, enfermándolo. Aristóteles aseguraba en su «Tratado de la reproducción» que la mujer era anatómicamente como «un varón deforme», y creía que la menstruación era «semen en estado impuro», que carecía de un constituyente: el principio del alma. Galeno, por su parte, sostenía que la mujer era un «hombre al revés» y que los ovarios eran testículos imperfectos.

Reproducirse o no, he ahí la cuestión

En la Edad Media, Europa vivía en una cultura centrada en el «nacimiento y alumbramiento».1 Bonnie S. Anderson y Judith P. Zinsser, Historia de las mujeres, Barcelona: Crítica, 2007. Es decir, la reproducción era lo más valorado sobre todas las cosas —no olvidemos que se trataba de una época de gran mortalidad causada por las hambrunas, las guerras y las enfermedades, así como las muertes infantiles—. Los poquísimos tratados, documentos y legislaciones que hay al respecto hablan de los diversos tratamientos, estrategias y prácticas para favorecer la concepción, más aún para concebir un «producto sano» —hombre de preferencia—; algunas de ellas son de lo más extravagantes, como, por ejemplo, colocar retratos de niños sanos al momento de realizar el acto sexual.
Al fomentarse la reproducción, la anticoncepción estaba prohibida por la Ley, por la Iglesia y la sociedad, aunque se sabe que ésta se practicaba regularmente, no sólo de forma preventiva, sino también abortiva. Para ello había cientos de métodos que se transmitían de boca en boca. Así, se creía en las irrigaciones, en las purgaciones como anticonceptivos, y en los supuestos poderes espermicidas de la sal, la miel, el aceite, la brea, el extracto de menta y la semilla de col. El plomo y el cornezuelo de centeno se usaban para provocar abortos, pero eran tan peligrosos que, si una mujer ingería demasiado, podía quedar estéril —y un útero estéril obviamente la convertía en «inservible».
Sigue leyendo sobre el alumbramiento, el papel de las parteras, las cesáreas y enfermedades relacionadas con el embarazo en la versión impresa de Algarabía 105.


Referencias:

  1. Bonnie S. Anderson y Judith P. Zinsser, Historia de las mujeres, Barcelona: Crítica, 2007.

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