Una vez que el ser humano logró establecer poblaciones y comenzó a descubrir los beneficios de la agricultura y la cría de animales, comenzó a enfrentarse contra las plagas.
Durante siglos, éstas fueron atribuidas a la ira de los dioses o incluso como presagio del fin del mundo. Basta recordar este célebre versículo del Apocalipsis (15:1): «Luego vi en el cielo otro signo grande y maravilloso: siete ángeles que llevaban siete plagas, las últimas, porque con ellas se consuma el furor de Dios».
En 1926, el biólogo y genetista estadounidense Hermann Joseph Muller demostró que los rayos X ocasionaban mutaciones a insectos como la mosca de la fruta (Drosophila melanogaster); una de esas mutaciones consistía en la «esterilidad parcial» de los machos; esto preocupó a Muller, pues si la mosca ya no tenía descendientes, ¿cómo podría investigar las consecuencias de la radiación en los genes?
En 1931, con base en éstas y otras investigaciones, el entomólogo estadounidense Edward F. Knipling comenzó a buscar una forma de acabar con la plaga del gusano barrenador del ganado (Cochliomyia hominivorax) y aunque para 1937 —en colaboración con el doctor Bushland— ya contaban con una investigación sustentada para generar «esterilidad inducida» al gusano barrenador por medio de radiación, pospuso sus investigaciones debido a los desarrollos científicos que exigía la II Guerra Mundial.
Irónicamente, Knipling participó en el equipo del químico sueco Paul Hermann Müller, que desarrolló el diclorodifeniltricloroetano —DDT— y que se usó para reducir las muertes por malaria —entre otras enfermedades adquiridas por picaduras de insectos— a los soldados que se encontraban combatiendo en Asia.
Décadas después, en 1962, Rachel Carson expuso los peligros que ocasionaban plaguicidas como el DDT —y sus derivados—, tanto al ambiente como al ser humano y otras especies. Tuvieron que pasar diez años para que la Agencia de Protección Ambiental de los EE. UU. prohibiera el uso y producción del DDT, al grado de condicionar ayuda económica a países en desarrollo si continuaban usándolo.
Controlemos esto
A partir de entonces se buscaron alternativas de control de plagas que no ocasionaran daños al ambiente. Y fue ahí cuando los científicos retomaron las investigaciones de Edward Knipling y se logró la Técnica del Insecto Estéril —TIE.
La TIE consiste en criar grandes cantidades de insectos para esterilizar a los machos con dosis bajas de radiación. Estos machos se liberan en zonas donde se ha detectado una plaga, para que copulen con hembras fértiles. La hipótesis de este método se sustenta en que, si los machos estériles son más que los silvestres, la población de moscas disminuirá hasta desaparecer.
Reproducir las moscas bajo la Técnica del Insecto Estéril implica controlar la dieta y el entorno del insecto en todas las etapas de su vida. Esta técnica se utiliza cuando la población de cierta plaga es reciente en un territorio, con el fin de evitar que ésta se extienda o aumente.
México fue uno de los países pioneros en implementar esta técnica de control de plagas. En la actualidad, cuenta con «criaderos de moscas» —de la mosca del Mediterráneo, la mosca de la fruta y del gusano barrenador del ganado—, para evitar que éstas afecten a la agricultura, a la ganadería e incluso a las personas.
Debido a la actual importancia que tiene el respeto a los sistemas ecológicos, la TIE es ideal para controlar plagas, porque no contamina al ambiente, no afecta a las personas que operan los instrumentos de radiación, y los insectos que ya fueron esterilizados no son radiactivos; por lo tanto, no afectan al ambiente ni a otras especies.
En México también se capacita a técnicos, investigadores y operarios de otros países en el Centro de Capacitación Internacional de Moscas de la Fruta, reconocido por el Organismo Internacional de Energía Atómica —OIEA.
Las plantas de Moscamed, Moscafrut y Gusano barrenador —ubicadas en Metapa de Domínguez y en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas— producen más de 500 millones de moscas estériles por semana, que se liberan en zonas productoras de frutales en nuestro país —para suprimir poblaciones de plagas— e incluso se exportan a otros países.
Para finalizar, usted se preguntará: «¿Y cómo surgen plagas de improviso?». Muy sencillo: cuando usted o yo viajamos a cualquier sitio, solemos comprar alimentos —frutas, verduras, dulces regionales, etcétera— que llevamos de vuelta a nuestro lugar de origen. Al no comernos esos alimentos, los desechos terminan en la basura o en el campo y, si alguna larva de mosca estaba presente, ésta se comenzará a reproducir, afectando a diversos cultivos hasta convertirse en una plaga.
Pero sobre las consecuencias de los alimentos que transportamos, hablaremos en otra ocasión.