Una vez, un novio que tuve me dijo, durante nuestro truene final: «Pues eso será en tu cosmogonía», y yo pensé para mis adentros: «¡Oye, pues éste no es tan tonto como parece!». Porque ustedes no están para saberlo, pero yo estudié ingeniería en sistemas y me considero una persona medianamente culta e informada; sin embargo, tengo un gusto o tino pésimo cuando de escoger galanes se trata, porque siempre caigo con los más anodinos, superficiales e ignorantes. Y justo éste del que hablo —creía yo— era el peor de todos: estudió no sé qué cosa financiera y ni terminó, se pasaba el día en el gimnasio o viendo series gringas en la tele y, cuando estábamos por salir en viernes y yo sugería ir al cine, me contestaba: «¿Otra vez?». Sin embargo, ese mismo galán usó la palabrota cosmogonía como si nada y de la manera más atinada. Eso me hizo sentir doblemente mal: insultada y más desentendida que él, así que indagué sobre ella.
Como podrá usted imaginar, cosmogonía es un helenismo, pues viene del griego κοσμογονία /kosmogonía/ —de κóσμος /kosmos/, «mundo», y γéνος /genos/, «origen, nacimiento»—, y, según el DRAE, es el «relato mítico relativo a los orígenes del mundo» y la «teoría científica que trata del origen y la evolución del universo». Así, una cosmogonía es un conjunto de suposiciones míticas, religiosas, filosóficas y científicas sobre el nacimiento del mundo. Cada cultura o religión tiene las propias, y, más aún, hay cosmogonías particulares creadas por la literatura y el arte. Conocemos, por ejemplo, el Génesis bíblico, que habla de un mundo primigenio donde existieron Adán y Eva, la serpiente, la manzana, Caín, Abel… y luego el caos en el que vivimos hoy en día. Pero también, gracias al genio de J. R. R. Tolkien —ese profesor de inglés antiguo de Oxford que estableció una cosmogonía en la saga El señor de los anillos—,1 sabemos de la Tierra Media, donde convivían especies como los elfos, enanos, hombres y hobbits. Lo mismo pasa con Anakin Skywalker, su hijo Luke y toda la cosmogonía de Star Wars, que George Lucas nos ha hecho aprender de memoria.
Cosmogonía nada tiene que ver con la cosmología, porque esta última es la rama de la astronomía que estudia el origen y la evolución de los grandes sistemas, como las galaxias y los cúmulos estelares, con el objetivo de determinar la edad del universo.
Como puede ver, las cosmogonías son ideas del origen del mundo y de la forma en que éste funciona. Tomando eso en cuenta, ahora pienso que aquel cuate tenía toda la razón: yo había creado un mundo en el que él era de una manera que en realidad le era ajena, pero esto sólo sucedía en mi cabeza, en la que a él hasta le gustaba el cine, tanto como a mí.
1 v. Algarabía 7, 2002, id e a s: «El mago de la palabra»; pp. 30-34.