Hijos míos, hace tan sólo unas horas llegué del estreno de la nueva ópera del prodigioso Mozart y todavía sigo extasiada y divertida. Y es que este genio es un misógino, pero qué bonita música hace.
Viena, Austria, 1790
Così fan tutte se llama la obra, esto quiere decir «Así lo hacen todas», y hace referencia a que las mujeres somos volubles, ligeras e inconstantes. Ay ese Mozart, qué mal pensado, pero cada quien habla como le va en la feria, ¿o no?
Pero no es esto de lo que quiero hablar, sino de un chisme que me contaron en el estreno, que por cierto, se realizó en el Burgtheater de Viena. Al final del primer acto, los artistas representan jocosamente una escena en la que se realiza una sesión de magnetismo animal muy similar a las que practicaba el doctor Franz Anton Mesmer en Alemania, Austria y hace unos cinco años, en París, donde una de sus principales clientas era la mismísima reina María Antonieta.
Según me contaron chismosos muy confiables, hace cosa de 22 años, el doctor Mesmer estaba recién graduado de médico y se había casado con una rica heredera, por lo que tenía dinero a manos llenas. El doctorcito era muy aficionado al arte y en especial a la música; además, estaba impresionado por el virtuosismo de Mozart, que en aquella época era un puberto de doce años, así que le ofreció su lujosa mansión para estrenar en ella la primera ópera que escribió el joven Wolfgang, llamada Bastien und Bastienne —Bastián y Bastiana—.
Luego de esta obra, Mesmer descubriría que con imanes podía, de alguna manera, curar algunos padecimientos y se haría famoso por sus sesiones de magnetismo animal. Finalmente, estudiadas estas sesiones por científicos como Lavoisier y Guillotin —sí, el que dio su nombre a la guillotina—, quedaría desacreditado. Dicen, ¿verdad?, que Mozart incluyó a Mesmer en Così fan tutte como un homenaje a su antiguo benefactor, pero a mí se me hace que no, porque más bien hace escarnio del pobre Mesmer. Qué malagradecido nos salió este geniecillo…