Ustedes estarán de acuerdo conmigo en que, en la prepa, uno le suele poner apodos a todos los compañeros a diestra y siniestra, y por cualquier motivo. Luego, y con el paso de los años, muchos de ellos permanecen y se afianzan en el individuo y en sus nuevas CONOCENCIAS, al punto de que muchas personas que lo conocen después, no saben ni cuál es su nombre de pila.
Y así se dan diálogos del tipo: «¿Cómo se llama “el Oso”, tu amigo?» o «—Tú, ¿conoces a “el Pulques”? —¿Cuál “Pulques”? ¿Javier o Mauricio?», o «—Va a ir Miguel —¿Qué Miguel? —Miguel, “el Guarasapo” —Ah, sí.», etcétera.
Tal es el caso de mi amigo Gabriel, al que desde el primer año de prepa, y por una razón nimia, le pusimos «Rita»: llegó un día agripado, con la nariz inflamada y roja, y un amigo se acordó del comercial de un antigripal —que por entonces estaba de moda— en el que el personaje era «Rita, la Naricita» y así se le quedó.
Bueno, pues los años pasaron —muchos, como 20—, Gabriel se casó, maduró, embarneció y además comenzó a jugar golf. Un día, en un torneo, estábamos jugando varios amigos de la prepa junto con otros nuevos conocidos, y uno de los amigos de antaño, Rodrigo, empezó a molestar a Gabriel diciéndole, que como estaba rellenito, ahora se parecía a «Coque» Muñiz. Y cada vez que le tocaba turno, le decía:
—Tírale, Coque… Te va, Coque. ¡Muy bien, Coque!…
Mientras tanto, todos los demás que lo conocíamos de antes, nos referíamos a él como Rita:
—Tírale, Rita… Te va, Rita… ¿Qué vas a tomar, Rita?
Por fin, uno de los nuevos conocidos empezó a confundirse porque no sabía ni cómo se llamaba Gabriel, y en una de ésas que iban caminando los dos juntos, le dijo:
—Oye, Coque, y ¿por qué te dicen Rita, eh?
Fernando Montes de Oca Sicilia es un gran amante de los deportes —en particular del beisbol—, de la buena vida, de los vinos, de la música popular, del cine y, sobre todo, de los datos inútiles.