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Clichés a la francesa (Ooh la la)

Por Arturo Torres Landa Ilustrado por Sergio Neri

Pocas nacionalidades cuentan —y padecen— tantos estereotipos como la francesa.

Los pintamos olorosos, arrogantes, cultos, apasionados; bebiendo vino y comiendo baguette. Por eso, no parece casual que ellos, y solamente ellos, hayan acuñado, en el habla cotidiana, un término que usamos para denominar cualquier tópico o lugar común: cliché.

A pesar de que casi todos los estereotipos franceses son falsos y reducen la realidad a un juicio muy superficial, resulta interesante internarse en las profundidades donde se originaron, muy a la Jacques Cousteau [Jaques-Yves Cousteau (1910-1997), oceanógrafo francés.].

Los buenos amantes y el beso francés

Los franceses deben su fama de cachondos a la apreciación que el resto de los europeos tuvo durante los siglos XIX y XX, quienes les atribuían una vida amorosa más relajada que la de los ingleses o alemanes.

Eso explica por qué la frase «Jack, píntame como a una de tus muchachas bávaras» sonaría rara y extremadamente fuera de lugar si saliera de los labios de Kate Winslet.

Sin embargo, el famoso «beso francés» —sí, el que lleva lengüita incluida cual taco— no se inventó en Francia. Se dice que fue durante los inicios del siglo XX cuando esta forma de llamar al beso apasionado en los labios se popularizó entre los soldados que pelearon en ambas guerras mundiales, quienes al regresar a casa pedían a sus esposas besarles con la misma pasión con que lo hacían las francesas —por supuesto, lo decían porque les habían contado, no porque hubieran besado a otras.

En Francia, al beso en la boca se le llamaba baiser a la florentine —«beso a la florentina»—, lo cual indica que, al menos para los residentes del país galo, el beso francés se originó en Florencia, Italia.

Hoy, para salir de dudas y no entrar en polémica con la denominación de origen del beso, los franceses usan el verbo galocher —traducido literalmente como «besar con la lengua»— para referirse a la mencionada forma de dar un ósculo en la trompita como Dios manda.

Los franceses huelen mal

Por mucho tiempo se ha extendido el rumor de que los franceses huyen del baño o del desodorante mismo.

Si bien es cierto que en Europa hay muchos individuos que no acostumbran darse una ducha diaria o mantener
prácticas de higiene básicas, esto no tiene nada que ver con la nacionalidad: lo mismo puede haber franceses, árabes, vietnamitas o españoles a quienes les «chille la ardilla» —o algo más.

Este mito puede tener varios orígenes históricos. Por ejemplo, durante el siglo XVII se extendió, por buena parte de Europa, la creencia de que bañarse con agua caliente abría los poros y permitía que las infecciones entrasen al cuerpo a través de ellos. A pesar de esto, la gente acostumbraba lavarse usando paños con alcohol o simplemente sumergiéndose en lagos y ríos.

Otro mito muy difundido es que Luis XIV, monarca absoluto francés, sólo se bañó un par de veces en toda su vida; sin embargo, los diarios y bitácoras de sus sirvientes especifican lo contrario: al parecer, «El rey Sol» disfrutaba de sus baños, que eran bastante frecuentes.

Durante la conquista y colonización de América, los indígenas afirmaban que los europeos —no sólo de Francia— despedían un olor que podía percibirse a gran distancia.

Hay que recordar que esos individuos, curtidos hombres de mar, habían cruzado los océanos durante meses en embarcaciones donde la única agua «dulce» con la que contaban eran las gotas de su propio sudor y lágrimas. Agréguese a la ecuación el hecho de andar todo el día vistiendo varias capas de ropa y armaduras bajo el sol abrasador, y el resultado será un cuerpo remojado en su propio bouquet [en castellano, ‘aroma, fragancia’. El significado literal de este término hace referencia a la fragancia de las flores, pero es principalmente usado para referir al aroma de los vinos añejados.].

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La mejor cocina del mundo

En aseveraciones como ésta el paladar de cada quien tiene la mejor opinión.

Lo que sí es un hecho es que fueron los franceses —específicamente los de Lyon y París— quienes, quizá por carecer de buena carne y materia prima, emplearon un mayor refinamiento en las preparaciones de cocina tradicional, llevándola de un quehacer meramente alimenticio a una práctica compleja y digna de estudiarse. Esto ocasionó que muchas de sus técnicas, usos e ingredientes, fueran bautizados con términos en idioma francés, como es el caso de chef y haute cuisine —«cocinero profesional» y «alta cocina».

Frecuentemente se piensa que los franceses comen a diario las complicadas preparaciones de su alta gastronomía, cuando, en realidad, la cocina de Francia es muy diversa y cuenta con preparaciones accesibles para todos.

Sin embargo, lo que sí parece un hecho es que los ciudadanos de Francia son un poco más exigentes con la calidad de sus alimentos en comparación con los de otras nacionalidades. Esto puede deberse a que los franceses tienden a educar su paladar en casa, lo cual se traduce en conocer más sobre la mejor manera de aprovechar los ingredientes y disfrutar la comida.

Los franceses son groseros

Esta idea tiene su origen en la animadversión que los parisinos parecen demostrar por el turismo de masas, fastidiados de que su ciudad atraiga a millones de visitantes que, más que disfrutarla y conocerla, pareciera que quieren hacerla pedacitos y llevársela en la maleta como souvenir.

La invasión de turistas de chancla y calcetín provoca filas interminables para entrar a cualquier museo y hace imposible tomarse un café en cualquier restaurante de París —mon Dieu !— cuyo circuito turístico parece más un «parque temático».

Además, muchos de estos turistas muestran poco respeto por el legado artístico de la ciudad, el mobiliario urbano y el flujo cotidiano de la ciudad.

Aceptémoslo: si al salir de casa nos topáramos diario con la enésima parejita de turistas que trata de sostener la punta de la torre Eiffel con la mano, también los odiaríamos —y esto nos lleva a la siguiente idea errada sobre La France.

Los peores combatientes

Esta aseveración es más popular en el mundo anglosajón, donde los franceses son tomados por soldados deficientes —y hasta cobardes— a raíz de la rápida derrota que sufrió Francia a manos de Alemania durante la II Guerra Mundial, y quizá debido a Waterloo y al invierno ruso de Napoleón.

En realidad, Francia ha sido uno de los países más exitosos de la historia bélica: desde la conquista de la Galia romana, hasta la genialidad militar de Napoleón, pasando por el imperio de Carlomagno y el poderío de los reyes Borbón.

A pesar de la fama que adquirió después de la segunda, durante la I Guerra Mundial fue el ejército francés el que contuvo con mayor éxito los embates del káiser alemán, lo que dejó a Francia debilitada y devastada.

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En años más recientes, Francia se ha inclinado por una postura más diplomática para la resolución de los conflictos internacionales, sirviendo muchas veces de contrapeso a las políticas de los EE.UU., país más beligerante donde el mito se ha extendido con mayor eficacia que la propuesta de llamar «papas Libertad» a las papas fritas por la negativa gala de invadir Irak en 2003 —por cierto, el origen de las papas fritas se lo disputan Francia y Bélgica.

La torre Eiffel es visible desde cualquier ventana de París

La cinematografía ha convertido a la torre, diseñada por Maurice Koechlin y Émile Nougier y construida por Gustave Eiffel, en un personaje más de sus historias.

Con el afán de dejar claro que la trama se desarrolla en París, los directores colocan a la torre en un sitio privilegiado de la escena, siempre a la vista del espectador, por si el hecho de ver a los actores hablando en francés, vestidos a rayas y usando boinas con un acordeón de fondo —¡es imposible no caer!— no deja suficientemente claro que la historia ocurre en la Ciudad Luz.

El francés es el idioma del amor

Decir que tal o cual lengua es más bella que otra parece depender del mero gusto del oyente, sin embargo, en el caso del francés, su fama como idioma del amor está muy extendida y puede haber varias explicaciones al respecto [v. «El francés es un idioma hermoso, el alemán es horrible», en Mitos de la lengua; México: AlgArAbíA editoriAl, 2011; pp. 117-127.].

Una puede ser su sonido: al ser la pronunciación del francés nasal, de entonación marcadamente aguda y gutural con sus erres, la sonorización de sus vocales y consonantes es más suave al oído de muchas personas.

Otro origen de esta creencia puede ser histórico: durante la Edad Media, los trovadores de la Provenza —sur de Francia— extendieron por el continente europeo múltiples cantos y andanzas de amor cortesano.

La voz francesa cliché es el participio del verbo clicher, que significa «imprimir por estereotipia»

Lo curioso con esta explicación es que el francés de hoy se originó en el norte de Francia.

En el mismo periodo, Inglaterra fue gobernada por reyes y aristócratas de origen francés, quienes promovieron el uso de su lengua como idioma cortesano, en el que se compusieron numerosas obras líricas, relegando al inglés medio para el uso de la gente común.

Además, existe una frase atribuida a Carlos V en la que el emperador afirma que para hablar con los amigos lo hacía en italiano, para dirigirse a los soldados hablaba en español y para conversar con las damas lo hacía en francés.

Sin embargo, otra variante de la cita asegura que el italiano lo reservaba a las mujeres, el francés a los hombres y el español a Dios. Ni más ni menos.

Por último, la explicación a la celebridad erótica del idioma francés se puede deber también a las múltiples representaciones artísticas que durante los siglos XVIII y XIX exaltaron el carácter apasionado y romántico de la gente que lo parla, inventores de un concepto que engloba muy bien su goce por existir: el bon vivant.

Arturo Torres Landa considera que los estereotipos nacionales son mayoritariamente falsos. Y lo afirma recargado en un cactus, mientras se acomoda el sombrero y se limpia con su sarape los restos de taco y tequila que le han quedado en el bigote.

Encuentra más en nuestra edición 118, Más que un cliché:

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