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Cleopatra

Conocida como la reina del Nilo, Cleopatra fue una mujer que ejerció gran influencia en personajes como Julio César y Marco Antonio.

Probablemente te sucede igual que a mí, amable lector, que al leer o escuchar el imponente nombre de Cleopatra, recurre a la imagen de ese rostro que guarda en su mente: la de profundos ojos negros encajados en el fino contorno de su sutil, pero declarada, energía; ésa que la propia Elizabeth Taylor seguramente envidiaba cuando, en 1963, pretendía ser ella para el filme de Joseph L. Mankiewicz; la del semblante de facciones irresistibles, enmarcadas por una abundante cabellera más negra que cueva de serpientes.

Vía Canva

Pero, ¿era Cleopatra dueña de aquella belleza inequívoca? Todo parece indicar que no, que la «Reina de Reyes» era más bien bastante insípida y hasta un poco fea, y que sus encantos estaban escondidos en otra, también oscura, parte. Recordemos que la reina egipcia sedujo a muchos hombres y que tuvo muchas relaciones, desde incestuosas y adúlteras hasta la que, se dice, fue de verdadero amor y la llevó a encontrar su destino en la muerte, al procurarse la picadura de una cobra.

Nace una estrella, hija del rey Ptolomeo xii, mejor conocido como «Auletes» (h. 112-51 a.C.), y de Cleopatra v Trifena (?-57 a.C.),
 se calcula que Cleopatra nació en el año 69 a.C., en Macedonia, Grecia. La reina egipcia recibió la tradicional educación helénica, hablaba entre siete y ocho lenguas y fue la primera faraona de la era ptolomeica —que duró del año 300 al 30 a.C.— en hablar egipcio. Además, tenía conocimientos abundantes de política, literatura, matemáticas, astronomía, medicina y música, lo que la convertía en una fascinante interlocutora.

Sin embargo, más allá de sus virtudes intelectuales, Cleopatra era impulsiva, codiciosa, apasionada y caprichosa; características, todas juntas, que la llevaron a ostentar el sitio que hoy ocupa en la historia.
Plutarco, su más grande biógrafo, dijo de ella: «Se pretende que su belleza, considerada en sí misma, no era tan incomparable como para causar asombro y admiración; pero su trato era tal, que resultaba imposible resistirse.

Los encantos de su figura, secundados por las gentilezas de su conversación y por todas las gracias que se desprenden de una feliz personalidad, dejaban en la mente un aguijón que penetraba hasta lo más vivo. Poseía una voluptuosidad infinita al hablar y tanta dulzura y armonía en el son de
 su voz, que su lengua era como un instrumento de varias cuerdas que manejaba fácilmente y del que extraía, como bien le convenía, los más delicados matices del lenguaje».1 Plutarco, «Vida de Antonio» en Vidas paralelas, tomo IV, Madrid: Iberia 1979.

La reina del Nilo y los idus de marzo

A la muerte de su padre, cuando apenas tenía 17 años, Cleopatra se hizo acreedora al trono, para lo cual se desposó con su hermano Ptolomeo xiii, como era la costumbre. Todo indica que su ambición era tanta que intentó, sin éxito, asesinar, primero, y derrocar, después, a su hermano y cónyuge. Fue hasta casi tres años después, con la entrada de Julio César (100-44 a.C.) en Alejandría, que la reina hizo gala de sus ostentosos poderes de seducción y se presentó ante él envuelta en una hermosa alfombra, para agenciarse su simpatía.

Por supuesto lo consiguió y el general romano la ayudó a recuperar el trono de Egipto.

Cleopatra se consideraba a sí misma la encarnación de la diosa Isis.

Esta vez, Cleopatra tuvo que casarse con su otro hermano, Ptolomeo xiv, aunque ello no impediría el comienzo de un ardiente romance con Julio César, de quien tuvo a su primer hijo, Cesarión.

La faraona siguió a Julio César a Roma en busca del reconocimiento de la estirpe imperial en la sangre de su primogénito, pero fue rechazada por los republicanos. No obstante, se quedó al lado del romano hasta que, justo en los idus de marzo2 Los romanos llamaban idus a los días 15 de marzo, mayo, julio y octubre, y a los 13 del resto de los meses del año, que se creía eran fechas de excelente augurio., Julio César fue ejecutado por las familias senatoriales republicanas, que veían peligrosas sus pretensiones de convertirse en rey e intentar gobernar en mancuerna con Cleopatra.

Resulta innegable, pues, la codicia de la reina egipcia que,
 al perder a Julio César, volvió a Alejandría. Ahí, al parecer, decidió envenenar a su segundo esposo-hermano y nombrar corregente al pequeño Cesarión, de apenas cuatro años —hay que recordar que Cleopatra descendía de una familia dinástica que iba de traición en traición entre sus miembros: su propia hermana, Berenice iv, muchos años atrás, había hecho exiliar a su padre para ser ella la suprema gobernante de Egipto.

Mientras tanto, después de la muerte de Julio César, en Roma se había nombrado un triunvirato, formado por Cayo Octavio, Marco Antonio (h. 83-30 a.C.) y Lépido, para dirigir el Imperio. Poco a poco Marco Antonio fue acercándose a Egipto, con la intención de establecer una alianza con la reina del Nilo, que se rehusaba a reunirse con él.

Finalmente, después de insistentes invitaciones del estratega romano, Cleopatra accedió a negociar, para lo que viajó a Tarso —hoy Turquía—. La reunión en aquella ciudad se prolongó por cuatro días, en los que, fácilmente, la encantadora reina egipcia se encargó de seducir a Marco Antonio. Así, acordaron que el romano se encargaría de ejecutar a la última hermana viva de Cleopatra, Arsinoe iv, a cambio del financiamiento de una campaña contra Persia.

Bodas, ¿de sangre?

Así, el conquistador romano se estableció durante una temporada en Egipto, al lado de Cleopatra, hasta que tuvo que partir a defender algunos de sus territorios, que habían sido tomados por los persas. Casi seis meses después de la despedida de Marco Antonio, la reina del Nilo dio a luz a los gemelos Cleopatra Selene y Alejandro Helios, que no verían al romano sino hasta cuatro años después, cuando la esposa de Marco Antonio, Fluvia —no olvidemos que tanto César como Antonio estaban casados cuando iniciaron sus relaciones con la faraona—, falleció en Grecia tras huir de Roma por haber conspirado contra Octavio, quien obligó a Marco Antonio a casarse con su hermana, Octavia.

Pronto el triunvirato terminaría, por lo que Octavio propuso a su ahora cuñado repartirse el territorio del mundo romano en dos partes iguales y sólo ceder África a Lépido. Como podrá suponerse, el matrimonio de Marco Antonio con Octavia no gustó nada a la soberbia reina egipcia, que no quería aceptarlo de vuelta, aunque terminó cediendo después de que aquél accedió a dar parte de sus dominios a sus pequeños gemelos.

El romance de Cleopatra y Antonio fue tan intenso, que el propio Shakespeare lo plasmó en la tragedia Antonio y Cleopatra.

Cleopatra y Marco Antonio se casaron en Alejandría aproximadamente en el año 36 a.C. y tuvieron un hijo más, al que llamaron Ptolomeo Filadelfo. La bigamia, que era ilegal en Roma, enfureció a los hermanos octavianos, que comenzaron a juzgar sumamente peligrosas las decisiones tomadas por el gobernante romano bajo la influencia de Cleopatra. Así, Octavio resolvió quitarle África a Lépido para dominar territorios más cercanos a Egipto. Ante ello, Marco Antonio se estableció permanentemente en Alejandría.

Los sueños de instaurar un gobierno grecorromano llevaron
a Marco Antonio a divorciarse de Octavia en el año 31 a.C., pero algunos de sus aliados no recibieron con gusto la idea de que Cleopatra y su ejército continuaran fortaleciéndose, por lo que les declararon la guerra. Los romanos se sentían indignados, porque veían que Marco Antonio ya no era romano o, lo que era aún peor, ya no quería serlo; incluso, había pedido que sus restos fueran enterrados en Alejandría y no en Roma.

Para conocer más sobre la vida de Cleopatra, consulta Algarabía 37.

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