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Churchill: el estratega —segunda de dos partes—

Conoce más sobre Winston Churchill, su ascenso a la vida pública y cómo, aunque fue clave para ganar la II Guerra Mundial, perdió su última batalla política. 
Churchill: el estratega —segunda de dos partes—

En el número 94,1 hablamos de un joven e indisciplinado Winston Churchill que, a los 26 años, había participado en cinco guerras —como soldado y cronista—; de su ascenso a la vida pública como funcionario, y de sus polémicas y contradictorias posturas políticas. En esta conclusión de su semblanza nos enfocamos en por qué, a pesar de haber sido clave para ganar la II Guerra Mundial, perdió su última batalla política. 
Los nazis han tomado Francia desde junio y ésta se ha declarado «neutral» entre Alemania y el Reino Unido. Al derrotar al principal aliado de los ingleses y con media Europa ocupada, los alemanes ofrecen «un acuerdo de paz» a la nación británica, pues saben que ésta no cuenta con recursos ni armas para continuar peleando. 

«Un fanático es alguien que no puede cambiar de opinión y no quiere cambiar de tema» 
Por si fuera poco, el nuevo Primer Ministro inglés es un anciano de 65 años con problemas de alcoholismo, fumador empedernido, elitista y muy desprestigiado en la política por su extremo cinismo y su profundo desprecio por la izquierda. 
Es tal la certeza de que los ingleses se rendirán en cualquier momento, que Hitler ha ordenado a casi medio millón de hombres que vuelvan a sus puestos de trabajo, que disminuyan la fabricación de armas y se privilegie la producción industrial y alimentaria. Incluso establece su cuartel general en Tannenberg, para escapar del calor del verano y desde ahí organizar su campaña contra la urss: la última nación por vencer. 
Sin embargo, el «anciano» inglés —quien al asumir su cargo sólo prometió a su pueblo «sangre, sudor y lágrimas»— responde como nadie se hubiera esperado: ordena destruir la flota francesa anclada en Mers el Kebir, para evitar que el gobierno provisional francés cediera sus armas a los alemanes y, con ello, da un giro radical al modo en que se había llevado la guerra hasta entonces. 

H. Guigno

«La política es casi tan excitante como la guerra… e igual de peligrosa» 

El «bulldog» británico

Sin entrar en grandes detalles sobre las estrategias de ataque y defensa que implicó para cada nación la II Guerra Mundial —para ello se necesitaría publicar varios libros—, Churchill tomó cuatro grandes decisiones para enfrentar la inminente invasión alemana: 

  1. eliminó de puestos clave a los políticos partidarios de la «negociación» y el «apaciguamiento», pues esa política había debilitado la imagen y la capacidad de acción del otrora Imperio británico;
  2. asumió el mando supremo y único de todas las fuerzas armadas de los aliados, así como de las estrategias de ataque y defensa —en detrimento de los demás ministros de Guerra, Marina y Fuerza aérea;

  3. decretó que toda la industria del país se dedicara a fabricar armas, buques y aviones —a pesar de que esto lo sumiría en la bancarrota, pues se cancelaría toda actividad comercial—;
  4. estableció un sistema para comunicarse de forma rápida y personal —por escrito— con el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt, al margen de cualquier intermediario.
    Debido al arrojo con que Churchill enfrentó a los nazis y la contundencia de sus discursos, los rusos le pusieron el apelativo de «el Bulldog británico» que tanto sus enemigos como sus aliados adoptaron para referirse a él.

«Un diplomático es alguien que primero piensa dos veces antes de hablar y al final no dice nada» 

«la mejor defensa es el ataque»

A pesar de contar con menos armamento, los ingleses tuvieron varios factores a su favor. Por ejemplo: los cazas británicos eran más rápidos y eficaces que los alemanes; si un piloto inglés era derribado, la mayoría de las veces era posible rescatarlo y reactivarlo en su puesto en muy poco tiempo. En cambio, los alemanes que eran derribados en territorio británico, si no morían en el combate, se convertían en prisioneros de guerra. 
Además de situaciones similares a ésta, el Reino Unido contaba con dos armas secretas: el empleo del radar, con el que se logró detectar los ataques enemigos y enfrentarlos de forma oportuna, y más tarde, el descifrador de códigos Ultra,2 que permitió a los británicos interceptar y descifrar las órdenes de los alemanes a sus diversos puestos militares, buques, submarinos, etcétera. 
Para cuando los nazis lograron descubrir por qué los británicos se anticipaban a sus movimientos con tanta certeza, las fuerzas alemanas ya estaban mermadas material y moralmente; luego que los aliados recibieron el apoyo absoluto de los EE. UU., la «gran invasión» resultó imposible. 
«La democracia es el peor sistema de gobierno. Con excepción de todos los demás» 

Ganar la guerra: perder la credibilidad

Aunque la amenaza alemana quedó superada en diciembre de 1941 y sólo era cuestión de tiempo para recuperar los territorios ocupados por los nazis, Churchill tuvo que enfrentarse a severas críticas por sus derrotas militares en Malasia, Birmania, Singapur —Asia— y Tobruk —África—, que siguieron pesando a pesar de sus triunfos posteriores. 
Uno de los grandes errores de Churchill fue su empeño en establecer un acuerdo político con los EE. UU. para impedir que, al término de la guerra, los soviéticos se expandieran por Europa. Y logró justo lo contrario: la hegemonía de la urss y los estadounidenses, que relegó al Reino Unido como una potencia menor. 
En 1943, a los 69 años, Churchill empezó a tener accesos de ira e impulsos contradictorios —incluso durante conferencias internacionales— que lo marcaron como un Jefe de Estado en decadencia. En febrero de 1945, hizo su última aparición pública como Primer Ministro durante la Conferencia de Yalta, que decidió la configuración política de Europa durante la posguerra. 
En julio de ese mismo año se disolvió el gabinete de guerra —que él presidía de forma totalitaria— y, debido a su discurso agresivo y exagerado contra los laboristas, perdió las elecciones. Churchill no aceptó la derrota, pero prefirió alejarse de la política —como ya lo había hecho en los años 20— para dedicarse a pintar y escribir de nuevo. Publicó su Historia de la II Guerra Mundial —en seis volúmenes— que fue un éxito comercial. 
Cuando ya parecía un personaje jubilado de sí mismo, volvió a ocupar el cargo de Primer Ministro de 1951 a 1955. Pero con más de 70 años encima, su memoria y capacidad física estaban deterioradas al grado de ser conocido como «el Primer Ministro de la media jornada». En 1965, retirado casi por completo y cargando tras de sí 90 años, Churchill murió en su casa de Londres. 
Es fácil caer en la trampa de idealizar a un político tan peculiar, pero, tal vez, quien mejor lo definió fue su esposa. En 1954, con motivo de su cumpleaños 80, Winnie Churchill declaró acerca de su marido: «Winston no conoció la vida de la gente de a pie. Nunca viajó en autobús y sólo una vez lo hizo en metro: durante la huelga general descendió de un vagón en South Kensington y empezó a deambular de un lado a otro sin encontrar la salida, hasta que fuimos en su ayuda. Winston es egoísta, pero no lo hace a propósito: así es. Siempre tuvo la fuerza y la capacidad de vivir como quiso». 
El «Bulldog británico» alguna vez declaró —con el sarcasmo con que procuraba tomarse cualquier situación— las palabras que podrían haberle servido de epitafio: «Espero que la historia me trate bien… ya que pretendo escribirla». Juzgue usted. 
 
1 Algarabía 94, julio-2012, semblanzas: «Churchill: el desconocido —primera de dos partes—»; pp. 74-79. 
2 Instrumento que sirvió para decodificar los mensajes encriptados de la máquina alemana Enigma. v. Algarabía 89 y 90, febrero-marzo 2012, Semblanzas: «Réquiem por un genio» —primera y segunda parte—; pp. 39-45 y pp. 38-43, respectivamente.

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