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Charles Dickens y la reinvención de la Navidad

Charles Dickens y la reinvención de la Navidad

Si existe una historia recurrente en Occidente —por influencia de la cultura anglosajona— durante esta época, es la célebre Canción de Navidad, de Charles Dickens. Cada año se producen nuevas versiones para cine y televisión y, aunque la historia es harto conocida, parece que jamás nos cansamos de verla. ¿Cómo fue la vida de su autor? ¿Por qué sus relatos han influido tanto en el imaginario colectivo?

«En una habitación pequeña del último piso, a la que yo tenía acceso por estar justo al lado de la mía, había dejado mi padre una pequeña colección de libros de los que nadie se había preocupado. De aquella bendita habitación salieron, como gloriosa hueste para hacerme compañía, Roderick Random, Peregrine Pickle, Humphry Clinker, Tom Jones, El vicario de Wakefield, Don Quijote, Gil Blas y Robinson Crusoe. Gracias a ellos se conservó despierta mi imaginación y mi esperanza en algo mejor que aquella vida mía».


Este fragmento de la novela David Copperfield describe la infancia de Charles Dickens; pero esto no se sabría sino hasta seis años después de la muerte del escritor.

De la cuna a la cárcel

Charles John Huffam Dickens nació el 7 de febrero de 1812, cerca de la ciudad de Portsmouth, Inglaterra. Su padre fue un funcionario público que se mudó con su familia a Londres en 1814, pero en menos de tres años huyeron al condado de Kent, por la vida despilfarrada que llevaba el padre y las deudas que había contraído.


Al cumplir 9 años, Dickens fue enviado a tomar clases particulares, pero en menos de dos años tuvo que interrumpir estos estudios porque su siguiente mudanza fue a la cárcel de Marshalsea, en Londres: su padre fue arrestado por las deudas y, debido a una ley que existía en aquella época, toda la familia tenía «el derecho» de compartir la prisión con el deudor.

A partir de entonces, Charles Dickens comenzó a trabajar diez horas diarias en una fábrica de grasa para zapatos —esta experiencia también la describe con efusividad en David Copperfield— a cambio de seis chelines semanales, con los que debía pagar su estancia y ayudar a su familia, que vivía en la cárcel. La situación de todos mejoró cuando la abuela materna les heredó 250 libras, que sirvieron para cubrir gran parte de las deudas. Sin embargo, el niño fue obligado a seguir trabajando en la fábrica —algo que nunca dejó de reprocharle a su madre.

Aunque Dickens no recibió ninguna educación formal —sus críticos siempre se lo echaron en cara cuando se convirtió en un célebre escritor—, su memoria prodigiosa le permitió ser un experto del lenguaje y un emotivo narrador.

En Little Dorrit (1855), Dickens cuenta la historia de una niña que nace en la cárcel; el entorno de este relato, como gran parte de los acontecimientos, están basados en su estancia en la cárcel de Marshalea.

Papeles nada póstumos

En 1827 consiguió que lo aceptaran como asistente de abogado en un despacho y rápidamente aprendió taquigrafía. Comenzó redactando minutas de lo que ocurría en los tribunales, y unos años más tarde fue aceptado como periodista parlamentario. En 1836 logró publicar —bajo el seudónimo de Boz—, unos Bocetos de la vida londinense, y ese mismo año lo invitaron a escribir la que podría considerarse su «primera obra»: Papeles póstumos del Club Pickwick.

Uno de los propietarios de la editorial Chapman & Hall le ofreció escribir historias por entregas a partir de unas ilustraciones realizadas por Robert Seymour, pero Charles Dickens logró convencerlo de que procedieran a la inversa: él crearía un relato y el artista lo ilustraría con algunas viñetas.

Antes de publicar el segundo número, el dibujante se suicidó y el relato debió crecer a 32 páginas para cubrir el espacio de la publicación, en lo que encontraban otro caricaturista que agradara al público. Al poco tiempo dieron con Phiz —como firmaba Hablot Browne—, de quien hasta la fecha se conservan sus dibujos en varias obras de Dickens.

Pickwick tuvo un éxito inusitado. De imprimir sólo 400 ejemplares en los primeros cinco números, el tiraje se elevó a 40 mil, con las sucesivas reimpresiones. Según el convenio editorial, Dickens recibiría sólo 14 libras por cada entrega, pero a partir del número cinco, el editor aumentó su pago a 25; al término del primer año de la publicación, éste le regaló 500 libras como agradecimiento. Al finalizar la obra, Dickens obtuvo un cheque por 750 libras. Fue el comienzo de una carrera de abundantes encargos editoriales, reconocimientos y, por supuesto, dinero.

Aceptación y crítica de la sociedad

Si bien Pickwick no recibió grandes elogios de los críticos, sí repercutió profundamente en el público inglés, que adoptó la historia en sus conversaciones cotidianas. Pronto los comerciantes capitalizaron esa atención poniéndole el nombre de los personajes de Dickens a productos de toda índole, así como la gente los adoptó para nombrar a sus mascotas.

En 1836, al tiempo que Dickens aceptó trabajar como editor del Bentley’s Miscellany, se casó con Catherine Hogarth, hija del director del periódico The Morning Chronicle, donde no tardaron en aparecer sus novelas por entregas. De todos sus relatos publicados hasta entonces, hubo uno que causó conmoción en la sociedad inglesa: Oliver Twist (1837). En éste, Dickens comienza a hacer referencia a los maltratos de los que fue testigo —y protagonista— durante su infancia, y de inmediato puso en una situación vergonzosa a las instituciones de asistencia y a la sociedad misma, que permanecía inmutable ante la orfandad y la miseria. Pero más allá de una lección moral, lo que buscaba Dickens era hacer una alegoría de la bondad: ésta podía encontrarse más fácilmente entre asaltantes que entre quienes se ufanaban de «ayudar» a los desamparados. Para él, la bondad sobrevive a cualquier circunstancia, y ésa es la constante de su relato más célebre: Canción de Navidad (1843).
La primera traducción que se publicó de Dickens en México, fue Cuento de Navidad, en 1870, aunque un año antes Ignacio Manuel Altamirano lo dio a conocer en su revista literaria El Renacimiento.

Reconciliarse con la Navidad

Dickens necesitaba reconciliarse con su público —en especial con el estadounidense— que, lejos de divertirse, empezaba a sentirse agredido por sus ideas contra la esclavitud.

Para ello, comenzó a caminar por las calles de Londres de 25 a 30 kilómetros cada madrugada para concentrarse en la trama de la historia —que escribió en seis semanas— y, sobre todo, «encontrar valor» para escribir de algo que en secreto odiaba con toda su alma y que atacaba con sarcasmo e ironía en sus relatos: la hipocresía que rodeaba la Navidad. De paso, él mismo buscaba apaciguar su ánimo con esa festividad, y la mejor forma que encontró fue reinventar su significado; que la Navidad no se limitara sólo a su connotación religiosa, sino que fuera una reflexión de cuanto hacemos a diario, cómo disfrutamos la vida o dejamos de vivirla.


El resultado fue uno de los arquetipos más emblemáticos de la historia: Ebenezer Scrooge, un viejo rico y avaro que no disfruta de nada, al que visitan tres fantasmas para mostrarle cómo ha sido su vida y cuáles serían las tristes consecuencias de continuar con esa actitud mezquina.

Los personajes de Dickens no se limitan a criticar o ejemplificar a la sociedad inglesa, sino que se han convertido en referentes universales de cómo uno puede abandonarse o sobreponerse a sus propias circunstancias. En sus relatos triunfa el espíritu y la virtud, algo que nunca debe confundirse con el «final feliz», pues ése no existe en la vida real y tampoco en la literatura, que es la historia no contada de la Historia.❧

El autor de esta nota, al igual que su tocayo Dickens, abomina la Navidad porque es la época en que se hacen más evidentes las diferencias sociales; pero no por ello le hace el feo a las fiestas, las comilonas y, sobre todo, a los repetidos y generosos brindis que se acostumbran en estas fechas, en las que se desea «paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad». Con gusto recibirá sus comentarios en Twitter. Sígalo como @alguienomas

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