En el siglo XIX la industria química comenzó a sintetizar ciertas drogas —ya presentes en productos naturales— como la codeína, la atropina, la morfina, la mescalina, los barbitúricos y, finalmente, la heroína, de efectos más potentes que las anteriores.
Su presencia en la vida cotidiana
Las nuevas drogas eran comúnmente vendidas en farmacias y boticas como remedios efectivos contra enfermedades, síndromes o cuadros malsanos. Se podían adquirir con facilidad y sin receta, el consumo no era penado y era parte de la vida cotidiana.
Además, las mezclas de las drogas sintéticas en jarabes, tónicos y bebidas carbonatadas eran comúnmente anunciadas en los periódicos de mayor circulación. Las bebidas con cocaína y alcohol prometían revitalizar el cuerpo y la mente, restaurar la salud y la vitalidad. Los opiáceos —heroína y morfina— se anunciaban como jarabes para la tos y como efectivos medicamentos para calmar los nervios. Los cerveceros promovían su producto como un alimento líquido que ayudaba a la digestión, incrementaba el apetito y aliviaba los trastornos del sueño; también se promocionaban tónicos de bajo contenido alcohólico para los pequeños, que las cansadas madres agradecían, pues les proporcionaban valiosos momentos de silencio y quietud, libres de la gritería de sus hijos.
En México la situación no era muy diferente. El investigador Ricardo Pérez Montfort describe así la normalidad con la que se consumían las drogas:
En los ambientes bohemios, en el mundillo artístico y literario, en las altas esferas aristocráticas, en los mandos medios y superiores del ejército revolucionario, entre la tropa rasa, entre profesionistas y clases medias, y no se diga en los cabarets, en las farmacias, en las penitenciarías o en los llamados «bajos fondos», el consumir zoapatli, toloache, opio, marihuana, codeína, pastillas Houdé, polvos de Dover, morfina «en jeringas de Pravaz» y hasta heroína en sus más variadas formas era visto como algo propio de la sociedad de su momento.
El escenario, tanto en México como en el resto del mundo, parecía permeado enteramente por las drogas, sin que nadie viera algún problema en consumirlas.
Lo sano y lo dañino
Sin embargo, a finales del siglo XIX y principios del XX ocurrió un cambio radical en la percepción sobre las drogas: se estructuraron las ideas cientificistas que veían a la sociedad como un cuerpo y consideraban que el exceso de las drogas minaba el tejido social, por lo que se debían prohibir para evitar la llamada «degeneración de la raza». Las teorías de lo sano y lo perjudicial dieron base para sustentar el control estatal de la salud y la exclusión sistemática de quienes comenzaron a considerarse dañinos para el «cuerpo social», es decir, los drogadictos.
A partir de ese momento, el uso de drogas dejó de perfilarse como un tema de elección individual. Por su parte, los médicos comenzaron a hacer pruebas de corte científico para aprobar o negar sus efectos, como los estudios de Sigmund Freud en los que alababa los usos de la cocaína para tratar a sus pacientes.
Los médicos se consideran los únicos que pueden controlar y administrar las drogas.
La criminalización
A principios del siglo XX las sociedades de temperancia—con ideología protestante— hicieron presión en los EE.UU. y lograron que el alcohol se prohibiera, pero el control antiliberal sólo generó un problema delincuencial que puso en riesgo al Estado; la percepción de las drogas también se criminalizó. Se creó una red de distribución periférica: las bebidas alcohólicas producidas durante la llamada Prohibición se volvieron peligrosas, al no estar bajo ningún tipo de control de calidad.
Por su parte, los laboratorios siguieron desarrollando fármacos que ayudaran a paliar las enfermedades de la modernidad y que no tenían el estigma social del alcohol. Los psicoestimulantes —las anfetaminas— combatían la obesidad, la depresión y la fatiga corporal y mental; eran el secreto que las amas de casa guardaban celosamente para aguantar largas jornadas de labores domésticas. Los opiáceos —desomorfina y metadona— se vendían para calmar los nervios y el dolor y para curar la adicción a otras drogas. Es decir, eran el camino más fácil y rápido a la felicidad.
Se desatan las adicciones
La II Guerra Mundial y la Guerra de Vietnam dispararon una adicción a las anfetaminas y opiáceos sintéticos entre los soldados estadounidenses. Al regresar a casa, las redes criminales de distribución periférica —creadas durante la «Prohibición»— comenzaron a satisfacer la demanda.
Los Estados intentaron sustituir las adicciones con metadona, sustancia que resultó ser más tóxica y problemática a largo plazo —aunque hasta hoy sigue usándose como tratamiento contra la dependencia a opioides.
El consumo de drogas no es penado, sólo la distribución. Portar más del límite permitido de ciertas drogas para uso personal es considerado como un delito contra la salud.
A mediados del siglo XX se incrementó el uso de psicotrópicos, LSD y MDMA, que originalmente fueron usados en psiquiatría y psicología, pero que los movimientos sociales —hippies y beatniks— usaron para «expandir» su percepción del mundo.
Los gobiernos prohibieron cualquier tipo de psicotrópico sin pruebas de que fuera realmente perjudicial para el organismo —pues vieron, en el consumo de éstos, un problema de disidencia social. En síntesis, se prohibió cualquier sustancia que alterara la percepción y la conciencia.
Las drogas, hoy
El tema de la legalidad de las drogas ocupa a especialistas en diversas áreas. Numerosas afirmaciones se sustentan en los Informes Mundiales sobre las Drogas que la UNODC publica anualmente. De acuerdo con este organismo, el panorama actual de las drogas ilegales se centra en el debate sobre su despenalización y se divide, a grandes rasgos, en cuatro campos de actividad:
- Económico. Los que están a favor proponen que con la legalización, en el marco de la crisis económica actual, se generarían ingresos fiscales. Quienes están en contra afirman que este argumento no es ético ni económico, sino meramente fiscal.
- De salud. Los que apoyan este argumento opinan que, con la legalización y la subsecuente reglamentación del mercado, se podría prevenir el consumo desmedido de drogas y se invertirían más recursos en el tratamiento contra las adicciones. Quienes se oponen afirman que la propuesta es ingenua, y que no toma en cuenta la dificultad de los países pobres respecto a establecer controles eficaces.
- De seguridad. Quienes están a favor aseguran que si las drogas se legalizan, la delincuencia organizada perdería su principal actividad lucrativa. La crítica sostiene que, si bien las drogas ilegales están estrechamente relacionadas con las actividades delictivas, el problema de su consumo es principalmente humano e involucra un enfoque de carácter ético que tome en cuenta los derechos humanos.
- Una visión integral. Se propone tratar el tema desde todas las perspectivas posibles. Si bien aún no se ha llegado a acuerdos sobre la mejor forma de hacerlo, la UNODC hace hincapié en la importancia de promover el derecho a la salud de todos, incluidos los toxicómanos.
He aquí una brevísima muestra de cómo se promocionaban y vendían productos como la heroína, la cocaína o la efedrina, incluso en catálogos de tiendas departamentales, y del uso cotidiano que se les daba.