La capa de ozono —O3— es un elemento decisivo para la vida en la Tierra, ya que funciona para los seres vivos como un «paraguas» frente a los rayos ultravioleta. Si estas radiaciones alcanzaran la superficie terrestre sin pasar por el filtro del ozono en la estratósfera, causarían muchos efectos dañinos, tanto en el ambiente como en el ser humano.
En 1974 el científico mexicano Mario Molina, junto con su colega estadounidense Sherwood Rowland, publicó en la revista británica Nature un artículo en el que predecía el adelgazamiento de la capa de ozono como consecuencia de la emisión de los gases industriales llamados clorofluorocarbonos —conocidos como CFC, son sustancias capaces de destruir masivamente el ozono estratosférico—, que estaban siendo usados como refrigerantes, solventes, etcétera.
Por ello, en 1987 empezó a negociarse el Protocolo de Montreal, un tratado internacional diseñado exclusivamente para reducir el hoyo de ozono al ordenar la reducción de las sustancias que contienen CFCs, el cual entró en vigor en 1989. La alerta temprana que hicieran los doctores Molina y Rowland sobre la amenaza de los clorofluorocarbonos permitió retrasar el sobrecalentamiento de la Tierra diez años y, para 2015, se habrá reducido más de dos gigatoneladas de CO2.
En 1995 Mario Molina, Sherwood Rowland y Paul J. Crutzen, se hicieron merecedores del Premio Nobel de Química, al documentar el primer fenómeno global de contaminación que ponía en riesgo la vida del planeta Tierra.
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