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Breve ensayo sobre el tzompantli

por Dante Noguez Mejía
Ilustración de un tzompantli en el manuscrito mexica del siglo XVI, Códice Durán.

Etimológicamente, el vocablo tzompantli se compone de las palabras tzontli, ‘cabellos’ o ‘cabeza’, y pantli, ‘hilera’, ambas pertenecientes al náhuatl. Su significado refiere a lo que ciertos relatos históricos han descrito como palos o estacas en los que se ensartaban las cabezas de víctimas sacrificadas.[1]

Tzompantli asociado al Templo Mayor, Códice Ramírez.

No sólo es de aquí

Los descubrimientos arqueológicos nos han permitido ver aquellas estructuras antiguas que algunas culturas mesoamericanas edificaron para empalar los cráneos de humanos inmolados. Este curioso fenómeno ya ha sido tratado por extenso en distintas investigaciones y no sorprenderá demasiado a quienes estén familiarizados con el Día de Muertos —porque también se apilan cráneos, aunque sean de azúcar, para conmemorar esta festividad—; sin embargo, más interesante y menos tratada todavía es otra verdad histórica: el tzompantli, o el apilamiento de cráneos, no es un fenómeno mesoamericano único, sino compartido universalmente por distintas culturas —e incluso especies— a lo largo de los siglos.

Calaveritas de azúcar en un mercado.
De J Mndz – https://www.flickr.com/photos/jorge_mendez/50398946892/, CC BY-SA 2.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=94845998

Sin un contacto claro entre culturas asiáticas y mesoamericanas, humanos de ambos lados del mundo han practicado este monstruoso arte desde épocas antiquísimas: bajo el reinado de Alaudín Khalji —finales del siglo XIII—, por ejemplo, se construyó la Chor Minar —‘Torre de ladrones’— donde, a través de los 225 huecos diseñados ad hoc en la pared, se exhibían públicamente los cráneos de prisioneros mongoles ejecutados.

En tiempos de guerra, estos huecos se utilizaban para exponer los cráneos de los cabecillas —nunca mejor dicho— o líderes militares del bando derrotado, mientras que los cráneos de los demás soldados se apilaban en forma de pirámide afuera de la torre.

Chor Minar, foto del Servicio Arqueológico de la India.
By Ramesh lalwani – Own work, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=21051830

Aunque probablemente exagerados, ciertos relatos han descrito las torres que Tamerlán (ca. 1336-1405), caudillo de la dinastía Gurkani, mandaba edificar con miles de cráneos pertenecientes a los hombres de las poblaciones que conquistaba. En referencia a estas conquistas, Vereshchagin pintó La apoteosis de la guerra, un cuadro en el que se muestra una pirámide de cráneos en el desierto; a sus espaldas se alcanza a ver la ciudad de Samarkand.

La apoteosis de la guerra, Vasily Vereshchagin, 1871.

Más ejemplos

Asimismo, en el Akbarnama de Abul Fazl (II, XI, 41) se relata la edificación —llevada a cabo por el imperio mogol, fundado por un descendiente del mismísimo Tamerlán— de un alminar con las cabezas de los suris asesinados durante la segunda Batalla de Panipat en 1556. La Muntakhab-ut-Tawarikh de Badayuni (II, 17; 169) confirma este hecho y deja ver que se trató de una práctica habitual durante el gobierno de los mogoles de la India.

Estos tres imperios, el turcoafgano Khalji, el turcomongol Gurkani o timúrida y el túrquico islámico mogol, rondaban el territorio de Delhi donde todavía hoy se puede visitar la Chor Minar, ubicada hacia el sur de la ciudad, en Sri Aurobindo Marg.

Finalmente, sabemos también que el visir Hurshid Pasha ordenó erigir la Ćele kula —‘Torre de cráneos’— para empalar las cabezas de los rebeldes caídos durante la Batalla de Čegar en 1809. Se trata de una estructura de piedra, ubicada en Niš, Serbia, que mide 4.5 metros de alto y que originalmente contenía 952 cráneos incrustados en los cuatro lados, a través de 14 hileras. Hacia 1892 se construyó una capilla a su alrededor, pero todavía hoy se conserva en su interior el muro de cráneos.

Antes (1878) y después (1902) de Ćele kula.

Sustos que no dan gusto

Curiosamente, en su Voyage en Orient —Viaje a Oriente—, el poeta francés Alphonse de Lamartine llegó a narrar su encuentro con esta torre —en 1833, sólo un par de décadas después de su construcción—. Era un día soleado aquel en que arribó al pueblo, por lo que al poco tiempo Lamartine buscó un espacio para descansar. Habiendo visto una gran torre blanca, se acercó y se sentó a descansar. Un momento después, alzó los ojos hacia el monumento y vio que sus paredes, las cuales había confundido con mármol blanco, estaban en realidad hechas de hileras regulares de cráneos humanos:

«Estos cráneos y rostros de hombres, demacrados y blanqueados por la lluvia y el sol, cementados por un poco de arena y de cal, formaban todo el arco triunfal que me cobijaba; podía haber de quince a veinte mil; a algunos, el cabello todavía les colgaba y revoloteaba como líquenes y musgo al viento; la brisa de las montañas soplaba viva y fresca, y, engullida en las innumerables cavidades de cabezas, de rostros y de cráneos, les hacía emitir silbidos lastimeros y lamentables. No había nadie que pudiera explicarme este monumento bárbaro».

Como averiguó Lamartine después, la exhibición de cráneos —igual que en todos los demás casos que hemos citado— se utilizó como advertencia e intimidación contra los enemigos del imperio.

Entre 1898 y 1905, el pintor —también francés— Paul Cézanne comenzó a producir bodegones con un tema principal bastante lóbrego: los cráneos. Entre ellos, destacan las obras Pirámide de cráneos y Tres cráneos. Su amigo Joachim Gasquet relata que, poco antes de su muerte, gustaba de recitar el Cuarteto —epígrafe de la obra Claire Lenoir, de L’Isle Adam— de Verlaine:

D’ailleurs en ce temps léthargique,
Sans gaîté comme sans remords,
Le seul rire encore logique,
C’est celui des têtes de morts.[2]

Pirámide de cráneos, Paul Cézanne, c. 1900.

Definitivamente, reino animal

Por último, es obligado mencionar que no somos la única especie que ha mostrado esta conducta. Los entomólogos han descrito cómo hormigas de la especie Formica archboldi «coleccionan» cráneos de hormigas Odontomachus, lo cual les permite impregnarse de su olor para camuflarse entre ellas —las hormigas dependen significativamente de su olfato para distinguir entre amigos y enemigos— y continuar cazándolas o, en su caso, para esconderse de hormigas «secuestradoras».

Hormiga Formica archboldi.
By Adrian A. Smith – http://www.insectscience.org/7.42/i1536-2442-2007-42.pdf, CC BY 2.5, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=29544442

Cualquiera que se asome apenas un poco a la historia de la Humanidad, y acaso también a la de cualquier otra especie, acabará siempre verificando la ineludible verdad eterna de que nihil novum sub sole.

Taira no Kiyomori ve los cráneos de sus víctimas,
Tsukioka Yoshitoshi, 1882.

[1] Mencionado en el Códice Durán.

[2] «Además en estos tiempos letárgicos, / sin alegría y sin remordimiento, / la única risa aún lógica, / es aquella de las cabezas muertas».

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