Aunque su equivalente en español sería la frase «Mucha mierda», se emplea más en la cultura anglosajona.
Durante la época isabelina —sí, cuando vivió Shakespeare— los artistas teatrales montaban sus carpas de pueblo en pueblo. Para asegurar que la mayor cantidad de gente entrara a ver sus obras, la función era gratuita.
Si al público no le gustaba la puesta en escena, empezaban a lanzar vegetales u otros alimentos en descomposición —de ahí expresiones como «Recibir jitomatazos» o «arrojar huevos podridos»—, pero si la obra y la ejecución de los actores era de su agrado, se esperaban al final y, a cambio, empezaban a arrojar monedas.
Los actores, por su parte, cada que recogían una moneda, debían agradecerlas con una «reverencia» que consistía en doblar una pierna hacia adelante y flexionar la otra hacía atrás —casi o a veces tocando el piso—: si el actor hacía demasiadas reverencias, corría el riesgo de «romperse una pierna», lo que se convirtió en sinónimo de haber tenido buenas ganancias.
Con el tiempo el público cambió las monedas por aplausos —sobre todo cuando ya se empezaron a cobrar entradas—, pero la costumbre de las reverencias «hacia el respetable» continúa hasta la fecha.