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Arthur Conan Doyle: la sombra detrás de Sherlock

¿Cuántas veces hemos visto que un personaje supere a su creador?

¿Es justo que un personaje de ficción reciba más crédito que su creador? ¿Por qué estamos más dispuestos a reconocer
 el genio del personaje que el de quien le dio vida? ¿Y era Conan Doyle un genio? Al indagar en la vida de quien hizo nacer al más famoso detective de la literatura se aprecia que el escritor británico fue genial en más de un sentido.

Primeros años

Arthur Ignatius Conan Doyle nació un 22 de mayo de 1859 en Edimburgo, Escocia. Su familia era bastante conocida y respetable en este pueblo debido a la línea católica que profesaban, aunque el alcoholismo de su padre los mantenía viviendo al día.

El gusto por la escritura y lectura de Arthur comenzó gracias a la voz de su madre, Mary Foley Doyle, quien le recitaba algunos cuentos desde que él era pequeño. De hecho, la familia de su madre la apoyó en cubrir los gastos para que Arthur estudiara en un colegio jesuita, así que al cumplir 9 años viajó a Inglaterra para internarse por siete años en dicho instituto.

Pocos escritores han tenido el vigor y la consistencia de Conan Doyle en la creación de personajes y relatos.

A pesar de que en la mayoría de su familia había expertos del arte, Arthur se interesó en otra vocación y decidió estudiar medicina en 1876, debido a la influencia del Dr. Bryan Charles Waller, quien le dijo que fuera a la Universidad de Edimburgo a formarse en esta ciencia. Durante esta época de su vida conoció a dos reconocidos escritores: James Barrie y Robert Stevenson, de quienes obtuvo mayor inspiración para que continuara escribiendo pequeños relatos sin descanso.

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Sin embargo, su más grande influencia fue uno de sus profesores en la carrera: el Dr. Joseph Bell, especialista en observación, lógica, deducción y el diagnóstico médico. Esta personalidad constituiría al futuro personaje que próximamente se cocinaría en la mente de Arthur.

Conan, el prolífico

Este escritor no merece que se le encasille como autor de un sólo género, porque exploró muchos. En lo que respecta a la novela histórica escribió obras como Micah Clarke (1888), sobre un grupo de puritanos ingleses durante la rebelión de Monmouth en el siglo XVII. También tenemos La gran sombra (1892), a través de la cual se expone el impacto que produce en la vida cotidiana de la sociedad británica la incertidumbre acerca de una posible invasión napoleónica.

De la mezcla del género de aventuras y ficción histórica resultan obras como La Compañía Blanca (1891) y Sir Nigel (1906), las cuales se insertan en la mejor tradición de Sir Walter Scott (1771-1832) —autor de Ivanhoe (1820)— y están fundamentadas en una rigurosa investigación sobre cada detalle requerido para la ambientación de la trama.

La Compañía Blanca alcanzó las 50 reediciones en vida de su autor.

En relatos de horrorEl parásito (1894)—, ciencia ficciónEl mundo perdido (1912)—, piratas, boxeadores, etcétera; se añaden a la brillante producción de este prolífico autor, un nato contador de historias. El conjunto de sus textos 
se agrupa en 49 libros de ficción; 41 libros sobre guerra, historia militar y espiritismo; una docena de panfletos; otra de obras de teatro y cuatro libros de versos.

Doyle superó a…

Por lo que respecta al origen de su fama y fortuna, el primer mérito de Conan Doyle es haber consolidado un nuevo género de la literatura: la novela policiaca. Este tema había sido pobremente explorado y no existía como género literario. El pionero fue Edgar Allan Poe (1809-1849), quien, en apenas cinco relatos, estableció las características fundacionales del género:

  • el acusado inocente
  • el villano improbable
  • el código secreto
  • la pista falsa
  • el crimen imposible

Brillante deducción

Doyle incorporó intuitivamente estos elementos, pero, además, aportó uno más: una solución coherente. No
 era justo que el caso se resolviera sin un razonamiento consistente que partiera de los hechos contenidos en el relato. A esta exigencia estricta de verosimilitud, Conan Doyle añadió una extensa praxis de 40 años: cuatro novelas y 56 relatos sobre Sherlock Holmes, publicados entre 1887 y 1927, a partir de los cuales el género policiaco dejó de ser una mera curiosidad.

El segundo mérito es Sherlock Holmes mismo. Se trata de uno de los personajes más cautivadores, complejos y entrañables en la historia de la literatura. Basado en la sorprendente habilidad de observación de su profesor en la facultad de medicina: Joseph Bell.

En efecto, mi querido Watson

Sherlock es un hombre en extremo pragmático, que suele dar mayor importancia al conocimiento que a la moralidad —su afición a la morfina es un ejemplo— y al reto intelectual que a la justicia, pues prefiere casos extraños y difíciles, no necesariamente criminales, a aquellos que sí requieren la acción de la justicia, pero que son de solución obvia y rutinaria.

En los métodos de Holmes, el uso de
 la ciencia teórica —formulación de hipótesis— y empírica —muestras de sangre, huellas, etcétera— está al mismo nivel que el empleo de técnicas teatrales —disfraces, actuaciones— para obtener información de sus antagonistas.

Arthur, qué galán

El tercer mérito de Conan Doyle es la aplicación de la ciencia y de su método a la criminalística. En el primer capítulo de Estudio en escarlata (1887), la primera de todas las historias sobre Sherlock Holmes —cuando Arthur tenía apenas 26 años de edad—, el detective aficionado descubre un reactivo que es precipitado únicamente por la hemoglobina, lo que «proporciona una prueba infalible 
para descubrir las manchas de sangre». Actualmente contamos con la comparación del ADN del sospechoso con el que se obtenga en la escena del crimen. La idea es la misma y su origen estaba ya en la literatura.

Fin de la historia

Holmes es un personaje complejo y polifacético en más
 de un sentido, pero su autor no se quedó atrás. En 1893, Conan Doyle decidió dar fin a su personaje para dedicarse a proyectos literarios «más
 serios», aun a costa de su alta rentabilidad. La muerte de Sherlock Holmes a manos de su archienemigo, el brillante profesor Moriarty, mereció titulares en los periódicos ingleses y extranjeros, como si se tratara de la muerte 
de un estadista.

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Es muy probable que el descrédito y la indiferencia de la crítica literaria sobre Conan Doyle se deban a su activismo en favor del espiritismo, labor que consumió la segunda mitad de su vida. Escribió libros y panfletos y pronunció conferencias por todo Estados Unidos, Australia y Gran Bretaña ante más de 300 mil personas sobre lo que consideraba la cuestión más importante de su tiempo. Llegó un momento en el cual el New York Times dejó de prestarle atención cada vez que pisaba suelo estadounidense.

Como ya sabrán, el mayor atributo de Conan Doyle no fue realmente el raciocinio de Holmes, sino su prodigiosa imaginación de escritor. Su compleja obra y su vida, a pesar del encanto inevitable de su personaje más logrado, necesitan una relectura. Arthur Conan Doyle merece tanto o más crédito en la memoria literaria que su detective

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