«Has de empezar a dibujar para saber qué quieres dibujar».
Pablo Picasso
Un toro luminoso flota en el espacio. La línea la que debe su efímera existencia sigue fluyendo. Por un instante, un flash saca al artista de la oscuridad que sirve de fondo para el dibujo. No alcanza a ver lo que nosotros reconocemos, gracias a la cámara, que ha perpetuado la huella de su mano.
La fotografía del frontispicio, una instantánea de esta escena, es obra de Gjon Mili, que visitó a Picasso en Vallauris en 1949. Tenía intención de pedir al artista que dibujara en el aire con una especie de linterna. Las exposiciones prolongadas a la luz permitían que las figuras luminosas perduraran. En ellas queda plasmada la maestría de Picasso, que Aldo y Piero Crommelnyck han descrito como la «rapidez extraordinaria de su mano, ligada a la correspondiente rapidez de su espíritu, su idea del todo». El toro de luz puede incluirse en una categoría de dibujos en los que una sola linea continua confiere formas a seres vivos y objetos. No existe un segundo trazo, no hay vuelta atrás ni posibilidad de hacer trampa. La primera línea es la definitiva porque es a un tiempo la última. «La idea del todo» es aquí condición sine qua non.
En la prolífica obra de Picasso, estos dibujos de un solo trazo representan un fenómeno aislado, si bien fascinante en extremo. Como curiosidades de su virtuosismo merecen nuestra atención incondicional. De hecho, Picasso no creía en la distinción entre formas de expresión de mayor o menor importancia. «En mi opinión, todo es importante, no existe diferencia alguna entre obras grandes y pequeñas». Los hilos conductores de su arte resurgen con la contemplación íntima y despliegan todas las facetas de Picasso, el mundo del circo, la plaza de toros, los arlequines, los pierrots, los músicos callejeros, los animales y las naturalezas muertas.
A lo largo de su vida fecunda, Picasso regresaba una y otra vez a los dibujos de una sola línea. Los ejemplos recopilados aquí pertenecen a distintas fases de su obra. Los más antiguos son bocetos de animales relacionados con su intención de ilustrar Le bestiare ou cortege d’Orphèe de Guillaume Apollinaire. Son de 1907, año en que, con su obra maestra, Les demoiselles d’Avignon, Picasso fundó el cubismo.
Los dibujos de un solo trazo de Picasso alcanzaron su cúspide entre 1918 y 1924, época de vertiginosa multiplicidad estilística en la que la línea, bajo los auspicios del neoclasicismo, tan centrado en los contornos, pasó a desempeñar un papel preponderante. En los arlequines, de 1918, la línea ejecuta verdaderas piruetas. La danza burlesca de otros arlequines extrae su ritmo únicamente de la energía de la línea, trazada ora en nudos corredizos anchos , ora en otros más estrechos. Casi alcanzamos a ver el atuendo holgado que forma pliegues nuevos a cada instante.
Picasso dibujó unos músicos en 1919, cuando trabajaba en una portada para la primera edición de la versión para piano del Ragtime de Igor Stravinski. Con los intérpretes de banjo, Picasso hacía referencia a los orígenes del ragtime, que había evolucionado a partir de dicho instrumento. Acompañado de una pianista y un perro, un músico está sentado con su banjo en medio de una de las escenas de músicos callejeros más elaboradas que recuerda un poco las imágenes poéticas de Joan Miró.
La línea base está trazada a lápiz y reforzada con tinta china. Ello se pone de manifiesto en el trazo ancho en forma de hoz que insinúa el sombrero del intérprete de banjo. La curva ascendente y descendente de la línea, así como sus foliaturas, recuerdan el antiguo arte de los calígrafos, que con frecuencia remontaban las letras con adornos muy artísticos. ¡Poco falta para que podamos llegar a leer en los dibujos de Picasso! Aun sin quererlo, intentamos descifrar la palabra que parece formar las manos del pianista.