Surgió entonces el movimiento de artes y oficios que proponía regresar a lo esencial, al objeto único, a la estética simplista y funcional. Este rigor conservador puso la mirada de nuevo en lo clásico y limitaba la creatividad. Hacia 1890, en el panorama creativo se originó una nueva tendencia: el art nouveau, cuyo precursor, William Morris, había participado en el movimiento de artes y oficios, pero con una visión más amplia y progresista.
Ya fuera en dibujos, grabados, carteles, revistas, pintura y poesía; o moldeada en hierro, cristal, bronce o madera; ya fuera en la arquitectura, en la poesía, en la pintura o en las artes aplicadas, la sensualidad de la mujer fue el tema a desarrollar: la voluptuosidad de un vestido, el vuelo de una larga cabellera, el misterio de una figura semidesnuda, la belleza prístina de la juventud y la blancura de una piel suave.
Las flores, la hiedra, los lirios, el nácar, las mariposas y las libélulas, así como las nubes y los cisnes simbolizaron la exaltación sensual del tema femenino, del cual surgió una nueva estética ornamental.
Si bien cada versión regional del art nouveau tiene su propio sello, su propio simbolismo, su propia influencia, todos los representantes de este movimiento tienen en común la versatilidad. Se trata de nuevos humanistas, hombres universales cuyo quehacer abarcó más de una disciplina.
Debido al tratamiento regional del modernismo, no se puede precisar de qué fecha a qué fecha duró, pero podemos decir que fue contemporáneo del posimpresionismo y vio nacer a las corrientes de vanguardia de principios del siglo pasado, como el cubismo, el simbolismo y el expresionismo.
Con el art nouveau, el empleo del cartel cobró una gran importancia, artistas como Toulouse-Lautrec y Alphonse Mucha utilizaban este medio de comunicación en forma muy personal al dibujar la letra —en lugar de utilizar tipografía— el primero, y al hacer carteles cien por ciento comerciales, el segundo. Es entonces que el artesano empieza a firmar su trabajo, desde un jarrón hasta un espejo.
Y como el art nouveau no estaba peleado con el progreso, aplicó el concepto del «sello personal» a la industria, como lo hicieron los tipógrafos renacentistas al crear símbolos para distinguir su trabajo. Un ejemplo de esto es el logotipo de General Electric, registrado como marca en 1890 y que, hoy por hoy, sigue siendo utilizado sin que se le haya hecho ninguna modificación, dada su claridad, legibilidad y originalidad.
Obras de Alphonse Mucha
Logo de General Electric, registrado en 1890
La inventiva y la homogeneidad ornamental del modernismo provocaron una especie de casamiento entre las artes menores y mayores. Un arquitecto art nouveau no sólo proyectaba una casa, sino que también diseñaba el mobiliario, los vitrales y hasta la vajilla.
En la Ciudad de México nos quedan algunos tesoros del art nouveau que importamos con el afrancesamiento que impuso don Porfirio a principios del siglo XX. Como muestra arquitectónica está el Gran Hotel de la Ciudad de México, edificado frente al Zócalo.
El palacio de Bellas Artes, diseñado por el arquitecto Adamo Boari, está coronado por la curvatura —característica del art nouveau, de la triple cúpula—, que se sitúa entre el vestíbulo y la sala. Si se tiene la buena suerte de encontrarlo cerrado, disfrutaremos del gran telón de más de un millón de cristales opalescentes sobre lámina de acero; es una pieza única, proyectada desde el inicio como cortina incombustible.
También, en la calle de la Santa Veracruz estuvo la casa Requena, cuyo ajuar fue encargado al catalán Ramón P. Canto para satisfacer los gustos y las necesidades de cada miembro de la familia —el comedor es la parte mejor lograda según los cánones de este estilo—.
En una que otra calle de la ciudad en las colonias Juárez y Roma, se conservan todavía algunas casas que han superado el paso del tiempo, el vandalismo, los temblores y la ignorancia de los que derrumban en lugar de restaurar. Cuando pasen por la calle de Chihuahua, pónganse atentos, es el 78 y es inconfundible.