El cine tiene la capacidad de acercarse a las complejidades y la riqueza de la novela, pero desde su concepción esta asociación ha tratado de separarse de la palabra para apoyarse en la imagen y su construcción.
En su momento, Jean Luc Godard habló de uno de los «errores» que el cine conlleva en su génesis: describir las acciones mejor que la novela, pero que ese error podría convertirse en algo sublime en manos de un cineasta capaz. Eso sucede justamente con el cineasta brasileño Kleber Mendonca Filho.
Mendonca Filho, otrora agudo y perspicaz crítico de cine, ya había demostrado una talento natural para dotar de reveladores detalles cada cuadro de su inquietante opera prima O som ao redor (2012) que explota con feroz brío político y femenino en Aquarius, su más reciente largometraje que presentó en el Festival de Cannes y fue objeto de polémica en Brasil por su vocal apoyo a la ex presidenta Dilma Rousseff, quien fuera destituida alrededor de los días de la presentación de la película en la Croisette.
La película nos presenta a Doña Clara, una crítica musical retirada, la última residente del edificio Aquarius, ubicado en la costa de Recife, cuyos otros inquilinos han sido seducidos por una enorme y poderosa firma inmobiliaria que busca por todos los medios, lícitos e ilícitos, hacer que la perseverante mujer se vaya.
Una batalla épica en los confines de lo local.
Abriendo con un proustiano y bello prólogo, Mendonca Filho nos presenta a Clara en los años 80 como una mujer vibrante, sensual y aguda que inicia una primera lid contra el cáncer. Tanto Clara como quienes la rodean coexisten con los objetos y particularmente con los espacios y la protagonista está unida a su espacio de manera orgánica, casi simbiótica. Como los árboles, las raíces que se desprenden rebasan cualquier limitación física.
El planteamiento visual del cineasta brasileño es tan pulcro y profuso en detalle que no deja de evocar la riqueza verbal de cualquier obra literaria.
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Aquarius es, entre otras cosas, una película que ahonda en nuestra relación con el lugar que habitamos, la defensa que ejercemos sobre éste, una feroz resistencia a protegerlo, que en este caso es impulsado por el abrumador espíritu ateneo de la protagonista, interpretada con abismal complejidad y terrenal cadencia por el ícono brasileño Sonia Braga.
Braga se sumerge completamente en el personaje para darle una vida única, más que humana: una sublime bestia de rasgos felinos que oscila entre feral feminidad y sabia serenidad, tan transparente —como su propio nombre— que es evidente la aversión al joven Diego, la faceta más gentil de la voracidad empresarial que devora y corroe, como silentes termitas, todos los espacios, públicos y privados.
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