Mucha tinta y mucho aire se ha gastado hablando de los afrodisiacos,1 v. Algarabía 69, junio 2010, Gastrófilo: «Los afrodisiacos»; pp. 34-39. esosalimentosybebidasque—porlo menos en el nebuloso imaginario colectivo— ayudan a recuperar la libido perdida, fortalecen los músculos amatorios y encienden llamas que la edad, la rutina o el cansancio, casi han extinguido.
Pero, ¿qué hay de esas viandas y esos caldos que, por voluntad o azar, son como un balde de agua fría para cualquier impulso, pensamiento o momento de «estar cerca»?
Una vez tuve un affaire que se gestó gracias a Internet y sus redes sociales. La susodicha —a quien, para proteger su identidad, llamaremos «la señorita x»— parecía admirar las líneas que un servidor ha publicado en esta revista, y estaba ansiosa por conocerme. Luego de varias conversaciones virtuales y de algunas llamadas telefónicas —cuya temperatura iba en aumento—, decidió viajar desde su estado natal para visitarme.
Uno de los riesgos que uno corre en esas aventuras, es que a veces nuestra imaginación añade atributos deseables a las fotografías que se suben a la red —en especial a aquello que no se alcanza a ver—. Así, cuando conocí a la señorita x, entendí por qué muchas de sus fotos retrataban una época más curvilínea, y las más recientes nunca encuadraban más abajo de los hombros. Puesto que soy un caballero, no diré más, pero el resto se sobreentenderá más adelante.
La donna y la dona
Galante como suelo ser, y viviendo solo y sin ataduras, le ofrecí alojamiento en mi casa. Después de la cena, llegamos a que se instalara, la conversación y el lenguaje corporal hacían evidente que sus intenciones conmigo iban más allá de lo intelectual, y todo enfilaba hacia la recámara.
A pesar de que había sufrido una decepción —había sido víctima de «publicidad engañosa»—, la señorita x era en extremo simpática, y se me hizo una descortesía tremenda el que se fuera con las manos vacías. Amablemente, la invité al dormitorio y, para dejar todo en manos de la fantasía y no de los sentidos, dejé las luces apagadas..Cuando todo terminó, la señorita x se confesó: «¡Ay, qué cosa! Toda esta agitación, el nervio de conocerlo —sí, después de todo aquello, aún me hablaba de usted—, tenía muchas ganas y hacía mucho que no lo hacía… ¡En fin! Como que me dio hambre…». Y antes de que me permitiera incorporarme u ofrecerle algo, la buena mujer recorrió la cama en dos movimientos, metió la mano a su bolso, y de él extrajo una ruidosa bolsa de las donas de la doble k. «¡Qué bien! —pensé yo—, sí se antoja un postrecito…»; pero, como si se tratara de un adicto en busca de su dosis diaria, metió la mano y sacó —no, no fue una espantosa equis— una dona cubierta de chocolate.
La dona despertaba en su mirada una lascivia mayor que la que había visto en las últimas horas. Aún desnuda, se sentó en flor de loto y, sin la menor intención de compartir, la engulló en menos de lo que yo tardo en escribirlo. El espectáculo de sus grandes mordidas, el ruido de la masticación y la penumbra, hicieron que instintivamente yo me quedara inmóvil, no fuera que me tocara una mordida perdida. Antes de terminar de masticar la primera dona, volvió a meter la mano a la bolsa —el ruido del papel—, y sacó una más, que también devoró con ansias —el ruido de la masticación—. Así desfilaron ante mis ojos, y hacia el desfiladero del sistema digestivo, no una ni dos, ni tres ni cuatro, sino cinco donas de la doble k.
Creo que, a la fecha, sigo soñando con la multitud de moronas que quedaron en mis sábanas, con el ruido de la bolsa de papel y, sobre todo, con aquel «chomp, chomp» que parecía no terminar nunca. Sobra decir que esa velada con la señorita x… «fue una noche de debut… y despedida».
Así, parece que quien cocina bien y quien disfruta con todos los sentidos de la comida, normalmente es un amante entusiasta y eficiente; del mismo modo, quien se satisface con poco, se abstiene, es insípido o indiferente —¡esas señoritas vanidosas que sólo ordenan una escueta ensalada!—, suele ser más bien anodino en el box spring. Sin embargo, ya sea uno fogoso o más bien frígido, hay comidas —modos y comensales— que motivan, y otras que desmotivan, enfrían o erizan los pelos, y no precisamente de excitación.
Consulta la lista de antiafrodisiacos en la versión impresa de Algarabía 105.
Referencias
- ↑v. Algarabía 69, junio 2010, Gastrófilo: «Los afrodisiacos»; pp. 34-39.