En una pintura metódicamente construida para inmortalizar la recámara de una muy famosa casa amarilla de Arlés, Francia, Vincent Van Gogh utilizó un pigmento muy peculiar, adquirido de la grana cochinilla, para abastecer de color violeta y lila las puertas y paredes de la que en 1889 fuera una de las obras que más lo enorgulleció, tanto que un año después realizó dos réplicas de la misma.
Van Gogh decidió inmortalizar su recámara —su espacio íntimo— pues la catalogaba como su «santuario» porque pertenecía al único lugar que alguna vez consideró propio y significativo en su vida, su casa amarilla. Esta obra no fue la excepción y al igual que otras diseñó los planos de la misma, además de localizar los tintes que deseaba utilizar, es decir, sabía qué y cómo quería pintar. Es por eso que la grana cochinilla en la paleta del pintor —uno de los más obsesivos con el color— adquiere y demuestra la importancia del pigmento cien por ciento mexicano.
Entre los nopales, específicamente en aquellos que pertenecen a los géneros Opuntia y Nopalea, se encuentra el hogar de la grana cochinilla, un pequeño insecto de cuerpo blando, agrietado y ovalado, que produce en grandes cantidades —según sea su tamaño— una sustancia que se conoce como ácido carmínico, que los protege de depredadores, sin embargo, a través de la historia se ha utilizado de otra manera, principalmente como tinte para telas, pinturas, cosméticos y alimentos.
La sustancia que protege a estos insectos es un colorante rojo que se produce cuando los electrones de la molécula del ácido carmínico interactúan con los átomos de la misma, y estos reciben una fuente de luz, es entonces cuando se produce el rojo mexicano, aseguran científicos del Instituto de Ecología de Xalapa, Veracruz.
Tras la Conquista de México, el emperador Carlos V le escribió a Hernán Cortés para solicitarle información de un nuevo colorante rojo que era producido y cultivado solamente en la «meseta mexicana»; con el tiempo la grana cochinilla se convirtió en el segundo producto de exportación más importante del país del siglo XVI hasta mediados del siglo XIX.
En la época prehispánica y colonial los usos de la cochinilla pertenecía al textil, papel y mobiliario.
El colorante se mezclaba con un sustrato y el resultado era un pigmento, mismo que según estudios, confirman su presencia en casi todos los códices prehispánicos de las zonas centrales y suroccidentales de Mesoamérica; posteriormente en la colonia el colorante fue utilizado para marcar libros ilustrados y de coro.
Con el tiempo la grana cochinilla continuó trazando la historia del arte y fue tanta su importancia en este ámbito que se cimentó en las paletas de Tintoretto, Tiziano, Velázquez, Turner, Renoir y Van Gogh, por mencionar algunos, incluso cuando a finales del siglo XIX los pigmentos sintéticos eran lo más popular entre los pintores europeos.
Sin embargo, con los nuevos pigmentos —saturados y baratos—, los artistas comenzaron a utilizar materiales sintéticos dejando a un lado a los naturales, sólo los impresionistas, neoimpresionistas y posimpresionistas utilizaban la grana cochinilla pues sus cualidades pictóricas se adaptaban para explorar las propiedades de los colores.
Uno de los pintores que más abrazó en esa época al insecto mexicano fue Vincent Van Gogh —el obsesivo del color— por su interés con los contrastes cromáticos y con las leyes del color utilizó en al menos 50 de sus obras la cochinilla, lo que implica la relevancia del pigmento en el arte.
Conoce más de la consolidación del prestigio de tres siglos de la grana cochinilla en la exposición «Rojo mexicano. La grana cochinilla en el arte» en el Museo del Palacio de Bellas Artes.