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Los falsos rusos

Los falsos rusos en el imaginario colectivo son las acciones o productos a los que hemos puesto el apelativo de «ruso», como si tuvieran su origen en aquella nación.

Si un ruso supiera que en nuestro imaginario colectivo es un güero rubicundo, de mofletes y narices enrojecidas por el frío y el vodka, con abrigo rojo, botas negras y shapka, que alza vigorosamente los pies mientras cual cosaco baila kasachok, tal vez nos regalaría una retahíla de insultos que no tomaríamos a mal, simplemente porque no entendemos ni una palabra de su idioma.
Sin embargo, más allá de los clichés encontramos una serie de acciones y productos a los que hemos puesto el apelativo de «ruso», como tuvieran su origen en aquella nación. Ante inquietantes cuestiones como: ¿la ensalada rusa… es de Rusa?, ¿los rusos se suben muy seguido a la montaña rusa? o ¿qué tan rusa es «la rusa»?, nos decidimos a desvelar las incógnitas y esto fue lo que salió.
Los diccionarios hablan
Mientras que en nuestro incipiente Diccionario del Español de México «lo ruso» no pasa de ser un gentilicio y también una referencia a lo soviético, el diccionario de la RAE  nos ofrece opciones por demás interesantes.
Nos habla de «hacerse el ruso», que en Honduras equivale a «hacerse el sueco», mas para los sesudos académicos españoles, esta expresión traducida al mexicano significa «hacerse pendejo».
El diccionario sigue enumerando definiciones de «cosas rusas»: una «atracada a la rusa» consiste en «estacionar» mal un buque, una carlota rusa es, justamente, el tipo de pastel que aquí llamamos «carlota», un desmán ruso es un animal o del Volga y una ensaladilla rusa es lo mismo que una ensalada rusa, la cual, por cierto, ni siquiera es la verdadera, ya que menciona los ingredientes tal como la preparamos en México.
Como las definiciones de la Real Academia resultan enredadas y poco creíbles, decidimos hacer nuestras propias pesquisas y averiguar qué tan rusas son las cosas que decimos que son de allá.
El baño ruso
Puede ser de dos tipos: uno, aquel de «la cara limpia y el culo sucio»; y dos, el sauna extreme, que es un baño de vapor en un cuarto de madera creado en Finlandia —sauna es una palabra nesa—. Hablando un poco más del número dos, podríamos decir que los rusos han hecho de éste un antiguo ritual imprimiéndole su muy peculiar estilo, que incluye la convivencia y el «sadomasoquismo».
Piense en un hierático finés tomando un sauna: solitario, meditabundo, pensando en la purificación del cuerpo y el alma mediante la exposición al vapor hirviente. Ahora, traslademos este sauna a la idiosincrasia rusa, donde se llama bania y es una costumbre un tanto menos ancestral que en Finlandia. Verá a los rusos en bola —ya sea en familia o en grupos de amigos— meterse al cuartito de madera, dejar salir el vapor tan caliente como lo pueda resistir un cuerpo y darse golpes unos a otros con ramas —de abedul—. Los ramazos se los dan para estimular la circulación, o sea, por su propio bien. A continuación, cuando el cuerpo está todo rojo y medio pelado de tanto calor y golpes, se salen del cuartito corriendo para lanzarse a un río o lago de agua helada, se echan una revolcada en la nieve o, a falta de las anteriores, un regaderazo con agua bien fría.
Esta acción de calor-frío-calor-frío puede repetirse tantas veces como lo permita el aguante de los bañistas. El bania se pra ica en Ru a desde el siglo XVII, aunque se cree que ya se realizaba desde el siglo X. Es una tradición que sirve para purificar el cuerpo y promover la convivencia. Si va usted a Rusia, se recomienda ir a un bania como parte del atractivo turístico, aunque nadie se hace responsable de las consecuencias.
La montaña rusa
A pesar de su nombre, este juego mecánico no se inventó en Rusia, no en los EE. UU. La llaman así porque está inspirada en un juego infantil ruso del siglo XIX que consistía en descender en trineo por empinadas colinas de hielo. Curiosamente, en Rusia la llaman Amyerikánskiye Gorki, es decir, ‘montaña americana’, aunque la culpa la tuvieron los franceses, quienes fueron los primeros en ponerle el apelativo de rusa. Se trata de un pequeño revoltijo de nacionalidades, pero, ¿qué le vamos a hacer? Lo único que sacamos en claro es que la montaña rusa poco tiene que recuerde a este país.
La ruleta rusa
 En estgee peligroso juego de azar se carga un revólver con una bala, se le da vuelta al cilindro, se pone el arma en la sien y se dispara. Si tocó donde no había bala, bien, si no…
Aquí ocurre algo similar a la montaña rusa: se dice que tiene su origen en un relato del escritor suizo estadounidense George Surdez, llamado precisamente «Russian Roulette», publicado en 1937 en Collier’s Magazine. Surdez cuenta una historia de guerra donde hace mención de unos oficiales rusos que practican este juego de la muerte. Sólo eso bastó para que se les endilgara a los rusos su creación. Más adelante se «popularizó» gracias a la película e Deer Hunter —El francotirador— (1978), de Mi ael Cimino, donde Christopher Walken y otros juegan a la ruleta rusa durante la guerra de Vietnam.
La verdad es que los miltares rusos sí jugaban a la ruleta rusa o «ruleta de húsar». Testimonio de ello es el relato «El fatalista», de la novela Un héroe de nuestro tiempo (1840), de Mijaíl Lermontov. Lo que no sabemos en realidad es si los rusos inventaron este peligroso juego. ¡Ah, por cierto! En Rusia le dicen «ruleta americana» —así, como a la montaña—, pero al juego con las fichas y numeritos.
Sigue con esta lectura en Algarabía 165.

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