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Ahí viene El Coco…

—personajes horribles y amenazas que marcaron nuestra niñez—

Ilustrado por Sergio Neri

En el número 56 de esta revista se publicó un decir de la Tía Chata que, en los años 60, decía: «No es que [los comunistas] sean malos, es que tienen sus ideas».

En una junta, Javier lo trajo a colación porque decía que a muchos amigos les habían dicho que era a los «rojos» a los que había que huirles, y Pilar se acordó de que su mamá, un día que la llevaba al kínder, le señaló a un hombre y le dijo: «Mira, m´ijita, un hippie; pero no te le quedes viendo, pobrecito». De ahí podrá usted imaginar la cascada de recuerdos acerca de las amenazas y miedos infantiles que todos tuvimos, y que empiezan desde que, en la cuna, nos cantan: «Duérmete niños, duérmete ya, que viene El Coco y te comerá…». He aquí una transcripción del diálogo entre Javier y Pilar sostenido en días pasados.

  • Pilar: Es que uno va creciendo con una serie de ideas preconcebidas y miedos prejuiciosos gracias a la «edificante» educación de nuestros padres, a las «buenas costumbres» y al inconsciente colectivo que permea en nuestras mentes. Es como dice Serrat: los hijos «cargan con nuestros dioses y nuestro idioma, con nuestros rencores y nuestro porvenir», y así las ideas se transmiten, adaptándose según la fecha y el lugar, la generación o el país, la religión y la ideología. Por ejemplo, en mi casa no era El Coco sino La Mora la que se llevaba a los bebés que no quieren dormir, porque en la tierra de mi mamá así se dice.
  • Javier: Sí, Pilar. Y algunos de esos miedos se transforman en personajes amenazantes. Cuando me contaste que la mamá de tu amiga Amaya le echaba la culpa de asaltos, robos y homicidios a El Marihuano, recordé que a mí eso de «por ningún motivo te me sueltas de la mano porque te puede llevar El Marihuano» me hizo tratar de imaginar a este sujeto, y como claramente oía que se trataba de El Marihuano y no de «un marihuano», sospeché que ese individuo tenía, entre otros dones, el de la omnipresencia.
  • Pilar: Sí, caray. Y junto a los personajes amenazantes de los que te tenías que mantener lejos, estaban las «amenazas correccionarias» de los papás. A algunos los amenazaban con el internado, donde «sólo te daban carne con pellejos y te la tenías que comer toda», y a otros más —como a mí, que iba en una escuela laica y mixta— me amenazaban con mandarme a la escuela de monjas, donde «no hay hombres, las monjas te pellizcan, te hacen hincarte diario dos horas y además te dan de comer sopa de hostias». Obviamente uno acababa obedeciendo y comiéndose lo que le daban. También estaba la escuela militarizada, ¿no, Javier?
  • Javier: ¡Cómo no! Hay una Academia Militarizada Alarid —«el alarido» le decíamos—, a la que muchos le temíamos.
  • Pilar: Ajá, y las amenazas no paraban ahí: a mi hermana la amenazaban con mandarla a una «escuela de corridos» —que había muchas y eran lo peor— o a una escuela de gobierno. Pero a los que iban en escuela oficial —como Francisco—, la amenaza era mandarlos «a la tarde» o, peor aún, «a la nocturna». A una alumna, su mamá le advertía que si seguía así iba acabar casándose con «alguien de la unidad» o «yendo al Conalep». En otras palabras, que iba a acabar mal.
  • Javier: ¡Anda! Lo cierto es que unos recuerdan estas amenazas más que otros simplemente porque tienen mejor memoria o porque los amenazaban más. Mis hermanos mayores aseguran que a ellos los amenazaban más que a mí. Será porque «ya agarré cansados» a mis papás.
  • Pilar: Pero así como había mamás que se la pasaban amenazando que te iban a inyectar si te portabas mal, que iban a acusarte con los Reyes Magos para que no te trajeran nada, que iban a regalar tus cosas o que si no comías te iban a meter la comida por lavativa, y nunca cumplían; también había otras que amenazaban menos y cumplían más. Por ejemplo, la de Francisco, que cuando empezaba a toser —era muy enfermizo— lo amenazaba: «¡Te voy a llevar con la doctora Melgar!» —que, según su recuerdo, era idéntica a la madrastra de Blanca Nieves—; y lo peor era que ¡sí lo llevaba!, y la doctora lo recibía con un: «¿Te volviste a enfermar? ¡Inyecciones!». O como mi tía Victoria que, al son de la amenaza: «¡Pues se largan de esta casa y no me vuelven a ver!», sacó a sus tres chamacos a la calle y les cerró la puerta, cuando el más grande no tenía más de nueve años.
  • Javier: ¡Qué bárbaras! Pero, ¿qué me dices de los personajes que nunca vimos? Por ejemplo, El Robachicos, que yo siempre visualicé agazapado y a salto de mata, esperando el momento oportuno para arrebatarte de la mano de tu nana y llevarte a cuestas hacia un oscuro callejón.
  • Pilar: Y además yo los confundía con los ropavejeros, y al ver a uno de ellos con su carrito, me imaginaba que tenía niños debajo de las colchonetas.
  • Javier: Sí, porque así como existía un solo Superman también existía un solo Viejo del Costal, que era un personaje que utilizaba las mismas técnicas que los robachicos, pero él te metía en un costal para llevarte a su guarida, donde había otros niños que habían sufrido tu misma suerte. También estaban los «húngaros», «cíngaros» o «gitanos» que te ponían a trabajar en el circo. Un dato importante era que El Robachicos te secuestraba para venderte, y El Viejo del Costal te vestía de pordiosero y te ponía a pedir limosna.
  • Pilar: Aunque a veces eran tus papás los que te marcaban ese camino: que si no estudiabas ibas a acabar de…
  • Javier: …«pobre de pedir».
  • Pilar: O sea, limosnero. O que acabarías vendiendo chicles en la esquina. Mi tía Eugenia les decía a sus hijos que ya había comprado una caja de chicles y se había «apalabrado» con el policía para que dejara a dos de ellos venderlos en la esquina, y al tercero le iba a comprar una guitarrita para cantar en los camiones. Y otro amigo cuenta que su papá tenía un cajón para bolear sus zapatos en el clóset y que a él, cada vez que lo veía, se le sumía el estómago.
  • Javier: ¿Por qué sería? ¿Porque también lo amenazaron con que iba a acabar de bolero por no estudiar?
  • Pilar: ¡O de cerillo! Mi amigo Jorge cuenta que una vez vio en el súper a uno y le preguntó: «¿Te portaste mal» y él dijo: «Sí»… ¡Entonces era cierto!
  • Javier: ¡Terrorífico! Pero volviendo a otros personajes más emblemáticos o distantes, me acordé de «los drogadictos» o «las drogas» como algo de lo que realmente tenías que huir.
  • Pilar: Sí, en los años 70 había libros amarillistas y tremendistas «para jóvenes», como Nacida inocente y Pregúntale a Alicia, sobre una alcohólica, ¿te acuerdas?
  • Javier: ¡Claro! Y otra figura amenazante era la de «los teporochos». Mi madre me recogía todos los días a la salida del kínder y en la calle de Río Tíber siempre había teporochos formados para vender su sangre e irse a comprar pulque; ella lo único que me decía era: «Pobrecitos, no te les quedes viendo», y claro está que me les quedaba viendo.
  • Pilar: ¿Sabes qué? Es el adjetivo pobrecitos. Eso de pobrecitos a uno de niño le hace corto circuito, porque a mí los «pobrecitos niños de Biafra» me encogían el corazón, y también los «pobrecitos vietnamitas de la guerra», porque mi mamá me hacía rezar por ellos. Y cuenta mi cuate Carlos que a él su mamá le decía que lo iba a cambiar «por un pobrecito niño etíope», porque él sí se iba a comer todo lo le daban.
  • Javier: ¡Qué épocas! Me acuerdo del 68 y el gozo por los Juegos Olímpicos, pero también de una sensación de amenaza porque «los estudiantes» podían aparecer en cualquier momento. Como no sabíamos bien a bien el mal que podían ocasionar y, además uno mismo lo era —de primaria, pero estudiante al fin—, el concepto era difícil de asimilar.
  • Pilar: Y es que hay personajes temibles según la época: hoy son los árabes o los terroristas, pero cuando yo era niña los malos eran los rusos. Decían que vivir en la u r s s era horrible porque te separaban de tus papás desde que nacías, hacías colas de horas y al final sólo te tocaban papas. Cuentan que una vez, cuando una gimnasta rusa se cayó en las olimpíadas de México, mi abuelita exclamó: «¡A Siberia! ¡La van a mandar a Siberia!»
  • Javier: Pues quizá no estaba tan alejada de la realidad. Lo que sí era un mito es la idea de «los comunistas» como mal colectivo: haciendo base en Moscú y en la China, se infiltraban por doquier para apoderarse del mundo poco a poco. «La amenaza comunista», a mí me sonaba como a una enfermedad, pero luego inferí que guardaba un estrecho vínculo con otro colectivo: el de «los rojos», de quienes había que cuidarse porque en sus filas había «mucho hereje»; pero también los había «rojillos», que eran como aspirantes a «rojos». Luego me enteré de que los padres jesuitas con los que estudié no eran negros como yo los veía, sino que eran y siguen siendo —Ad maiorem Dei gloriam— «rojillos».
  • Pilar: Y es que de la amenaza real al mito sólo hay un paso. De Santa Claus, Corcolito, o El Ratón de los Dientes, a que si te veías mucho en el espejo «se te aparecía el Diablo», o si de niña te ponías tacones «te iba a salir sangre de ya sabes dónde», o que «el pulsito» era algo que vivía dentro de tus muñecas y tu mamá al tocarlas sabía si estabas mintiendo o no…
  • Javier: O lo que decía el papá de un amigo mío: que unos aztecas poblaban una ciudad subterránea debajo de Chapultepec y ahí hacían sacrificios humanos, por lo que tenías que estar en vilo cuando pasabas por ahí.
  • Pilar: Eso es lo que yo llamo «derramar la ignorancia». De ahí a La Llorona, La Mano Pachona o los extraterrestres… ¿no? Porque los OVNIS también estuvieron de moda. Mi amiga Alexis sí creía en ellos, y creo que a eso contribuyó don Pedro Ferriz y la revista Duda.
  • Javier: Sí, y el colmo es que se anunciara, con fecha y hora, un desfile de OVNIS sobre la Avenida de los Insurgentes. De ello puede dar buena cuenta nuestro querido Dante Escalante, quien estaba con su papá y sus hermanos tomando una malteada en el Bonanza cuando la gente comenzó a agolparse en la banqueta para ver el desfile.
  • Pilar: Es cuestión de creencias. Para algunos son los extraterrestres, para otros como yo, las organizaciones secretas como el Opus Dei, y para otros más, los niños sin bautizar, los «hermanitos», los paganos o los masones.
  • Javier: ¡Claro, los masones! Se les ubicaba al lado del mismísimo Demonio, porque se infiltraban lenta y hábilmente entre la «gente decente», lo que los volvía peligrosísimos, sobre todo a los de «grado 33».
  • Pilar: Y se decía que el mismísimo presidente de la República era masón, ¿no?, sin tener la menor idea de qué se trataba. El inconsciente colectivo casi siempre está equivocado, pero no olvidemos a los hippies, a los que mi mamá calificó de «pobrecitos».
  • Javier: Sí, ese colectivo de sujetos que no se bañaban nunca, usaban flores entre esas pelambreras, comían sólo yerbas, eran marihuanos, adictos al LSD y partidarios del «amor libre» —que a mí me fue descrito como «igual que los animalitos».
  • Pilar: Aunque para mi mamá lo más escandaloso era que vivían en comunas.
  • Javier: Pilar, no sigamos porque esto es cuento de nunca acabar y necesitaríamos otra botella de vino.
  • Pilar: Mejor dejémoslo ahí. Ojalá alguien se entretenga acordándose de todo eso con lo que nos amenazaron de niños, y que nunca se cumplió.
  • Javier: Gracias a Dios.

María del Pilar Montes de Oca Sicilia padeció muchos miedos en su infancia, a los «robachicos», a las drogas, y sobre todo a la guerra —por lo de Vietnam—, que por fortuna, con el tiempo se le fueron quitando. Lo que nunca, nunca ha padecido es miedo a ser abducida por extraterrestres.
Francisco Javier Nuño, ya adolescente, concluyó que El Marihuano abandonó su carrera delictiva para incursionar en el mundo de las ideas, en la arquitectura, la escultura y la pintura; porque si no, ¿a quién más podemos atribuir la autoría de tanto bodrio cuya fealdad hoy nos atormenta?

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