Por ende, la expresión del artífice está estrechamente ligada con su obra.
Parafraseando a Karl Marx, el virtuoso emancipa su ingenio cuando realiza sus trabajos sólo por gusto y libra, así, la reproducción que le resta originalidad. Eso mismo ocurre con los tatuadores, profesionales que dedican su vida a plasmar en la piel de otros, en una especie de armadura epidérmica, significados propios o ajenos.
El tatuaje se consigue a través de un método que consiste en introducir tintas o sustancias coloridas debajo de la superficie de la piel, para marcarla permanentemente.
La membrana es perforada hasta la dermis con un instrumento punzante: espinas, huesos, alfileres, agujas para coser o —en tiempos actuales— una máquina eléctrica que impulsa a gran velocidad agujas estériles previamente cargadas de tinta.
Cuando un diseño estético acoge al tatuaje, lo eleva hacia el arte, lo pone en el pedestal del ritual y, así, deviene en esencia indescriptible, escapa a los prejuicios discursivos y la simple imagen parece cobrar vida iluminando el cuerpo que la porta. Hoy todos pueden traer un tatuaje: intelectuales, estudiantes, empleados, amas de casa, jóvenes y adultos. Algunos los llevan por un significado íntimo, como una marca personal, por una promesa, como sublimación del deseo o por moda. El tatuaje representa una alternativa más para la expresión artística de quien no tiene como límite el papel y la pluma o el pincel y el lienzo.
Los orígenes
El tatuaje siempre ha brindado un sentido de pertenencia, como a los guerreros, sacerdotes, transgresores, marginados sociales o, simplemente, aquellos que desean sentirse a la vanguardia. Antiguamente, para algunas culturas, los dibujos en la piel significaban, entre otras cosas y principalmente, decoraciones para la batalla, como en el caso del estilo moko maorí de los grupos tribales de Nueva Zelanda, a quienes estos grabados les servían para identificar a cada persona y mostraban su posición social: entre más elaborado era el dibujo, mayor era el estatus; de ahí que los guerreros poseyeran los tatuajes más extraordinarios e intimidantes en su rostro.
Los maoríes se tatuaban durante toda su vida en procesos dolorosos y lentos que iniciaban comúnmente a los ocho años de edad hasta que, en la mayoría de los casos, cubrían todo su cuerpo.Sus diseños aún se conservan y constituyen lo que hoy conocemos como «tatuaje tribal».
Pero el ritual de tatuarse puede ser más antiguo que las tribus maoríes, pues recientes análisis a una momia egipcia mostraron que aproximadamente desde el año 2000 a.C. las personas se tatuaban. Los restos corresponden a la sacerdotisa Amunet y los diseños impresos en su piel son simples, con líneas y puntos que constatan el deseo de signar la dermis como testimonio decorativo que acercaba a la divinidad. Aunque esta costumbre puede ser más antigua, ya que en algunas páginas de Internet se atribuyen tatuajes, en la espalda y la rodilla, al fósil de un hombre cazador encontrado en un glaciar, que presumiblemente vivió en la era Neolítica.
Los tatuajes sirven como vestigios de formas de vida pasadas, ya que constituyen, desde tiempos inmemoriales, un ritual y motivo de expresión artística. Prueba de ello son los habitantes de las Islas Marquesas, para quienes tenían una carga simbólica importante. Las mujeres tatuaban en sus manos y orejas los más delicados y finos dibujos, mientras que en las zonas cercanas a sus genitales trazaban símbolos obscenos. En contraparte, los hombres se tatuaban todo el cuerpo, pues creían que los diseños en la piel los protegerían como una coraza.
Al morir, debían dejar en la tierra la piel pintada, que era retirada del cadáver y se conservaba como tributo.
Expresiva expresión
La palabra tatuaje o tattoo —en inglés— viene del francés tatouage, y éste, a su vez, del polinesio ta, que significa «golpear», y de la locución tau-tau, usada para denominar el choque de dos huesos, que probablemente esté ligada onomatopéyicamente al sonido obtenido cuando se tatuaba. Esta expresión fue difundida e interpretada por los exploradores de los mares del sur, capitaneados por James Cook, quien describía en sus diarios de viaje: «Machacan sus cuerpos pinchando la piel con los instrumentos pequeños hechos de hueso, que estampan o mezclan el humo de una tuerca aceitosa […] En esta operación, que es llamada por los naturales tattaw, las hojas dejan una marca indeleble en la piel. Se realiza generalmente cuando tienen cerca de diez o doce años de edad y en diversas partes del cuerpo».
Los romanos tatuaban a los criminales y a los esclavos para señalarlos. También los japoneses: la primera vez, una línea en la frente; si reincidían, dos y si llegaban a tres, se formaba la palabra perro.
A finales del siglo XVII, los tatuajes de la Polinesia eran la sensación en Londres, aunque la estética era inexistente; de diseños planos y lineales, tenían el objetivo de marcar el cuerpo de alguien que lo mereciera, por lo que la nobleza lo veía con desagrado y sólo los marineros y personas con la peor reputación los usaban. Más tarde, en el Japón de 1700 —donde los tatuajes habían tenido un fundamento religioso— comenzó a emplearse el body-suit o tatuaje que cubría cada centímetro del cuerpo, desde el cuello hasta los tobillos —actualmente es un sello característico de algunas bandas niponas.
–Ella es la primera tatuadora de la historia—
Tatuarse está de moda
Esta visión se mantuvo durante el siglo XX, hasta que fenómenos sociales como el movimiento hippie de los años 60 y 70 —que elevó el tatuaje a la categoría de arte, se desprendió de los motivos marinos e implementó diseños coloridos— y la liberación femenina, le dieron al tatuaje una imagen de autonomía e individualidad.
Sin embargo, el tatuaje no se despojó de la noche a la mañana de su estigma social ni el riesgo de la transmisión de enfermedades se eliminó, así que muchos contrajeron VIH o hepatitis C.
La apreciación de la mayoría seguía siendo desfavorable: el tatuado era excluido, y la labor del tatuador no se tomaba en cuenta o, lo que es lo mismo, no tenía el mismo reconocimiento que los pintores o escultores. Se trataba de un trabajo que podía desempeñar cualquiera; no era necesaria la creatividad, sólo se requería valor para tatuar a los demás y, por supuesto, a uno mismo. En las peores condiciones y bajo la presión del aventurado, no representaba un negocio.
Para muchos, un tatuaje es una muestra del deseo; un contacto directo con el alma, con el interior de la persona; una muestra del anhelo por expresar un momento específico; una relación entre el espacio, el tiempo y el Universo.
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Mario Zaragoza Ramírez no está a favor ni en contra de los tatuajes, pero reconoce en ellos una posibilidad única de expresión. Dice que desde los 16 años quiere una marca trascendente que le ayude a ubicar la relación espacio-tiempo en el camino que ha recorrido. Tal vez un día de éstos encuentre lo que busca.