Cualquiera podría pensar que lo disfrutan más de lo que lo sufren; que se van satisfechos tras cada encuentro y que vuelven a casa, tranquilamente, para seguir con su vida normal. Y nada más lejos de la realidad.
La adicción al sexo funciona como cualquier otra: o puedes con ella o ella puede contigo; porque todos hemos conocido a personas que frecuentan prostíbulos, y a hombres y mujeres con alta actividad sexual no necesariamente afectiva… mas puede que ninguno de ellos sea adicto al sexo. En realidad, esta afección no es un problema moral, sino médico; es decir, no se trata de tener un mayor impulso sexual, sino de poseer o no, la capacidad de controlarlo.
El primero en acuñar la expresión fue el estadounidense Patrick Carnes en su libro Out of the Shadows: Understanding Sexual Addiction (1983). «Como un alcohólico incapaz de parar de beber, los adictos al sexo son incapaces de parar su conducta sexual autodestructiva, a pesar de las rupturas familiares, los desastres financieros, la pérdida del empleo y otros riesgos que su conducta pueda acarrear», escribió Carnes.
Según los expertos, los adictos al sexo cruzan varias fronteras: tienen una necesidad imperiosa que les crea problemas externos e internos; utilizan el sexo para aliviar una carencia; y aunque la culpa y la vergüenza los atacan después de cada encuentro, siempre regresan por más. Para algunos, el impulso se activa con el alcohol o la cocaína; para otros basta cruzarse en la calle con algún escote, para huir de la escena y desahogarse como sea —y la mayoría sería capaz de llevar hasta el tope su tarjeta de crédito o de vender su alma para costear uno de esos impulsos.
Como sabemos, las funciones necesarias para la continuidad de la especie actúan como un circuito de placer y recompensa; los adictos al sexo, a fuerza de practicarlo, sufren el mismo deterioro cerebral que produce el consumo de ciertas drogas, afectando la zona que regula la voluntad, y provocando, en su lugar, la compulsión.
Ya por último —por si se prestara a confusiones—, cabe aclarar que la adicción al sexo no es ese impulso natural a la mayoría de los hombres; para el sexoadicto, por el contrario, la compulsión es placer pero nunca un juego: una prisión interna a la que diario se enfrentan, el Cielo y el Infierno y, como en cualquier adicción, un mal insaciable.