Por Alejandra Santoy
El origen de los emoji —del japonés e, ‘imagen’, y moji, ‘letra’— se remonta a mediados de los años 90 del siglo XX, cuando Shigetaka Kurita, empleado de la compañía telefónica NTT DoCoMo, se percató de lo difícil que era representar de manera escrita la lengua japonesa —tan rica en símbolos, contexto y expresiones—, provocando que los mensajes de texto fueran muy largos e, incluso, muy pesados para su transmisión.
Preguntándose si no sería mejor crear pequeñas imágenes que sintetizaran una idea —y ocuparan un menor espacio al codificarse vía escrita—, fue que diseñó 100 ilustraciones diminutas que condensaban conceptos y usos constantes de su lengua.
Los emojis no son la primera forma de pictografía en mensajes de texto; su antecesor directo es el emoticon —emotional icon, o icono emocional— inventado en 1982 después de que una broma sobre un derrame de mercurio, escrita en el foro virtual de la Universidad Carnegie Mellon, en EE.UU., desatara pánico entre la comunidad. A partir de ahí, el Dr. Scott E. Fahlman sugirió que las bromas en los foros se identificaran con el símbolo 🙂 que representa una «carita feliz»1.
Más tarde, en 1986, en Japón comenzaron a emplearse los kaomoji —de kao, ‘rostro’, y moji, ‘personaje’—; su símbolo comparativo sería el (^∇^). Aunque ambos son representaciones «emotivas» constituidas por signos de puntuación, y fueron diseñados para «traducir» la emoción o intención que acompaña al lenguaje, los emoji centran la expresión en la boca, mientras que los kaomoji la enfocan en los ojos; además, estos últimos pueden leerse sin necesidad de girar la cabeza hacia el lado izquierdo.
Un emoji vale más que mil palabras
Hacia 1999, NTT DoCoMo falló en su intento de patentar los emojis. Pronto, compañías como AOL, Messenger o MySpace siguieron la tendencia y crearon sus propias imágenes, generando una incompatibilidad entre sistemas. La estandarización para todas las plataformas se dio con la inclusión del emoji en Consorcio Unicode, dedicado a catalogar cada símbolo que la humanidad ha usado para comunicarse. Finalmente, en 2007 llegó el lanzamiento del primer iPhone en Japón, y la compañía Apple se vio obligada a incluirlos ante la gran demanda pública, popularizándolos a nivel mundial tras el lanzamiento occidental del celular inteligente.
Cuando el durazno dejó de ser un durazno
Los emojis no sólo sustituyen palabras y reemplazan los movimientos faciales, ademanes y entonaciones que durante nuestro discurso oral solemos utilizar para dar un mayor énfasis al mensaje, sino que dan contexto e incluso subtexto a las conversaciones. A nivel neurológico, se ha detectado que, al recibir y enviar emojis, nuestros cerebros tienen una respuesta similar a la de una conversación cara a cara, incluso replicando un efecto de «copia» en el que el interlocutor imita inconscientemente los ademanes «emotivos» de la otra persona: en una conversación por texto, es común responder con emojis idénticos o que expresen emociones similares.
¿Son los emojis un lenguaje?
El gremio lingüista opina que no, pues hace falta un orden de gramática y sintaxis.
Tampoco son palabras, están más cerca de los jeroglíficos, pictogramas o de un pidgin2 formado por el texto del mensaje original y el «complemento» contextual del emoji.
Es interesante notar que los usos originalmente designados han cambiado con el tiempo: la «carita» con humo saliendo de su nariz no expresa furia, sino orgullo por haber concluido algo; la mujer que junta las manos arriba de la cabeza ha sido reinterpretada como la señal de afirmación «ok»; la cara con ojos de «x», no representa ya la muerte, sino la sorpresa, y, por supuesto, la berenjena ya no es una berenjena: ahora es una alusión fálica. De forma parecida, la combinación de emojis ha permitido codificar conceptos populares, desde el mal du porc que se sufre después de una gran comilona, a la clara propuesta sexual.
Resulta curioso ver hasta dónde ha llegado la inserción de estos símbolos en nuestro círculo comunicativo, destacando la controversia que la falta o inclusión de imágenes específicas ha causado; la selección «oficial» para cada plataforma debe lidiar con temas delicados: asuntos geopolíticos, culturales, de raza, credo y orientación sexual. Por ejemplo, hasta 2010 la selección de banderas era limitada, incluyendo la de Israel, pero no la de Palestina, y fue hasta 2015 cuando Apple añadió una sinagoga, una mezquita, una jinja, una kaaba y una menorah en su sección de elementos religiosos, que ya incluía una iglesia católica.
Si bien se dice que los avances tecnológicos han mermado las interacciones sociales directas, y que el uso de emojis ha entorpecido el uso correcto del lenguaje escrito, lo cierto es que estos símbolos son parte de una nueva «ola de comunicación».
Aunque la «brecha generacional» juega un importante papel, pues suele pensarse que sólo las generaciones más jóvenes —llámense Millennials o Generación Z— son quienes los usan, las redes sociales los han difundido a la amplia cultura de masas mediante creativos usos en la publicidad e incluso en las comunicaciones de canales oficiales —desde el Twitter de Hillary Clinton hasta las misiones de divulgación científica de la NASA.
En 2017, investigadores de las universidades de Michigan y Pekín analizaron más de 427 millones de mensajes de WhatsApp y SMS, descubriendo que los emoji más populares en más de 200 países son:
Sin embargo, también encontraron que en México —y en gran parte de Latinoamérica— los emojis predominantes son los de tristeza, indignación o enojo, mientras que en países como Australia y República Checa se usan más las expresiones felices. Al final, valdría la pena recordar que estas evoluciones del lenguaje no tienen por qué dañarlo o entorpecerlo, pues no sólo responden a las nuevas necesidades de comunicación, sino que son los síntomas más exactos de nuestra temperatura social.
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- v. Algarabía 111, diciembre 2013, El objeto de mi afecto: «Smiley Face —la carita feliz—», p. 12.
- Un pidgin es una lengua formada por elementos de dos idiomas diferentes. Este tipo de comunicación suele darse entre individuos que carecen de un idioma en común y que, además, tienen conocimientos básicos sobre el lenguaje de su receptor. v. Algarabía 12, marzo-abril 2004, Curiosidades lingüísticas: «Lenguas pidgins y criollas», p. 28.
Alejandra Santoy está tan familiarizada con sintetizar todo por medio de imágenes, que, cuando le piden un texto de 7500 caracteres, el mundo se le viene encima, pero ella sigue haciendo la lucha.