¿Y ustedes hacen planes?, ¿han sido o son parte de ese hermoso cliché de planificar empezando el año?, ¿tienen su lista de propósitos que van tachando uno a uno?, ¿son de esa comunidad que planea gimnasio, lecturas y películas para arrancar el año? Es que como les decía la vez pasada —bueno, la columna pasada—, es usual que en enero uno se ponga a planear.
A mí me gusta usar agendas —libretas físicas, pues— y ahora también el calendario que se sincroniza en todos mis dispositivos, pero, sobre todo me gusta planear. Eso sí, con la mira bien fija en que todo eso que se apunta puede cambiar porque la vida es una contingencia. O una tómbola; según se vea.
¿Asegurar el futuro próximo?
Los planes por hacer nos dan cierta tranquilidad y una falsa, por no decir falsísima, sensación de control, que para muchas personas nos es de mucha ayuda. Nada como tener escrito en papel o en digital, lo que uno tiene por hacer.
Por ejemplo, yo ya tengo planes y fechas con mis tesistas, con mis clases, con los viajes por hacer y con las metas por cumplir. Pero una cosa fantástica de los planes, es, como les decía arriba, que algo —o todo— puede cambiar, como bien nos lo enseñó la pandemia pasada. Y es que nunca falta que algo se mueve y uno entra en pánico, sin embargo, la manera que al menos a mí me parece más sensata para tratar con las actividades planeadas a corto, mediano y largo plazo, es considerar que nada es estático en esta vida, que la realidad chipotuda, nos puede dar sorpresas.
Y quizás lo único que nos queda es abrazar esas contingencias y asumir que nuestros planes si bien pueden cambiar, también son ese horizonte que como decía Galeano sobre la utopía, es el punto hacia el que caminamos.
Nos leemos la próxima; espero, después de los tamalitos, que al menos en México son característicos para cerrar simbólicamente la temporada de final y principio de año.