Cuando pensamos en la Revolución Mexicana nos vienen a la mente el Juan y su soldadera, y la Adelita, la Valentina y la Rielera, que son, efectivamente, soldaderas —mujeres que, como las adelitas, iban con los soldados a lo largo de toda la campaña— propias de la época revolucionaria. Lo único de lo que no podrían presumirnos es de haber sido las primeras que existieron en la historia de México.
Existen documentos que ubican a las primeras soldaderas en la Guerra de Reforma —de 1857 a 1861—, es decir, unos cincuenta años antes de que estallara la Revolución. Victoriano Salado Álvarez, en su libro Episodios nacionales, de 1903, escribe: «ellas, ángeles guardianes del soldado, lo mismo se exprimen el ingenio para dar de comer a su Juan, como se arriesgan entre las balas, vendiendo a peso de oro el aguardiente y el agua a los otros soldados, o recorren el campo de batalla en la noches lóbregas para desvalijar a los difuntos y a los heridos».
Por su parte, Luis Guerrero, en su Criminalística en México, igualmente de 1903, comenta que durante la Guerra de los Tres Años, las soldaderas vivían afuera de los cuarteles, listas para atender cualquier petición de sus hombres. Las soldaderas fueron invisibilizadas por el modelo tradicional de su época, y pese a esas ambiciones militares e ideológicas tuvieron un papel admirable. Algunas de ellas lograron crecer dentro de las estructuras militares.