En mi juventud, el hoy llamado flirteo constituía un verdadero ritual. Los lugares comunes eran el cine, las flores, los chocolates, las cartas de amor apasionado acompañadas de poemas con rima y métrica descuidadas, las cintas con canciones seleccionadas específicamente para la persona en cuestión y una larga espera hasta revelar si las intenciones eran correspondidas. Herencia de la construcción del amor romántico decimonónico, originado en el caballeresco medieval, una serie de prácticas misóginas interponían entre el hombre y la mujer el periodo de conquista. ¿Qué era el amor si no una lucha por la posesión eterna del otro? El amor verdadero de las películas hollywoodenses del siglo XX era una apuesta por la fidelidad y la eternidad. No por nada toda buena historia de amor terminaba con una boda y la ingenuidad de vivir felices para siempre; y vaya que algunos lo practicamos con ahincó y profesionalismo.
Si la finalidad del amor estaba basada en la familia burguesa, no es de extrañar que la crisis de los conceptos en la posmodernidad haya alcanzado también al amor. El boom de las redes sociales, del surfing, que planteaba con mucha razón Alesandro Baricco en Los bárbaros. Ensayo sobre la mutación, ha alcanzado la idealización del amor romántico. Son cada vez menos los jóvenes que buscan el matrimonio como finalidad, las relaciones profundas no son obligatorias y diferentes tipos de vínculos no monógamos están en boga, aunados a la diversidad sexual.
Tinder y sus variantes son el vivo ejemplo de una cotidianeidad basada en el hartazgo ante la monotonía y en el rechazo al establecimiento de compromisos y vínculos amorosos. Un desliz de dedo a la izquierda o la derecha tiene el potencial de decidir las relaciones próximas; entonces ¿por qué es tomado tan a la ligera? Toma solo unos segundos decidir si la persona gusta o no. Buenas fotos—porque lo bello siempre entra primero por los ojos—una descripción risueña cuando no casual, la definición de gustos tan genéricos que puede ser atribuida a cualquiera, y voilà, hágase el match. Pero la mayoría de los encuentros buscan simplemente una experiencia casual, conocer gente y ampliar el número de amistades y parejas sexuales. Hay aplicaciones destinadas a encontrar pareja seria donde la mayoría de los usuarios saben que se busca establecer compromisos a largo plazo; pero por lo general los encuentros estilo Tinder evaden esa finalidad, tienen otras prioridades.
El éxito del llamado match, es que elimina la necesidad del intrincado ritual que en mi generación parecía un paso insalvable para poder hacer pareja. Los valores de una sociedad donde la mujer era considerada un objeto que “se tenía que dar a respetar” para encontrar un proveedor a su nivel, han quedado, afortunadamente, en desuso. Hoy una significativa cantidad de mujeres no busca el matrimonio para asegurarse un proveedor, sino desarrollarse profesionalmente; muchas parejas jóvenes han decidido no tener hijos y no piensan en compromisos legales a largo plazo. La mujer además ha afianzado su derecho al placer y disfrute sexual sin que ello intervenga en su valía. Los vínculos con una o varias personas, de mismo o diferente sexo empiezan en el aquí y el ahora.
El hombre o “parte activa” de la relación tampoco tiene que hacer gala de su capacidad económica, no es obligatorio llevar regalos y muchas relaciones se sienten más cómodas pagando cada una su parte mientras se conocer mejor. Es cierto que la desigualdad de género es una realidad y queda un largo camino por recorrer, pero no se puede negar que las cosas están cambiando.
El match constituye un atajo maravilloso que disminuye la ansiedad, suponiendo iniciar la carrera avanzado el camino y que genera un encuentro que puede estar enfocado a lo casual con un innegable componente sexual. Basar el encuentro con alguien nuevo en un verificado gusto mutuo permite eliminar buena parte del simbolismo cortesano y pasar directamente a lo que se busca, sea una relación casual o no. Existen casos de parejas que se han conocido en Tinder y cuando narran la historia de cómo se conocieron, podrían reducirla a un match. Las miradas confusas y las sonrisas correspondidas no son parte de la narración.
Entender esta nueva realidad exige cesar las comparaciones temporales entre lo que se considera peor o mejor generacionalmente, y aceptar que simplemente es diferente y ofrece posibilidades diversas. Hay que aclarar que en gran parte las estructuras sociales que han pesado históricamente sobre la pareja no se han eliminado, pero en algunos aspectos han cambiado de forma y de lugar. Iniciar una relación en Facebook o subir las stories de Instagram es parte de la validación social de la pareja y permite establecer compromisos. Las publicaciones son las nuevas cartas de amor con sentido público, todo mundo quiere ser etiquetado por su vínculo amoroso.
El amor líquido de Bauman encuentra sus cauces en las nuevas formas de interacción social virtual, quizá suponiendo, como él lo decía, una intrincada soledad marcada por la fragilidad de los vínculos; o quizá más bien logrando una renovación de la subjetividad y la individualidad basada en el amor propio que acepta que el individuo no es una naranja a medias, sino una naranja completa que bien podría vivir en un frutero. La falta de profundidad de un vínculo puede anunciar el crecimiento intelectual y emocional basado en la necesidad de compartir la existencia, pero no de condicionarla. Y podemos como corolario unirnos al coro del revolucionario cantautor cubano Carlos Puebla: “Viva la media naranja, viva la naranja entera”.