Así como hay platillos chingones, desde los de restaurantes 5 estrellas a los que jamás podremos ir hasta las «quekas» que prepara tu mamá, también hay platillos que la neta están de la chingada. Algunos es por su modo de preparación y otros por el mero hecho de existir, pero ahí te van estas chingaderas. (Miren, aquí entre nos, su Tío Chingón es como un perro: huele primero qué chingados se va a comer, y si no le gusta, a chingar a su madre.)
Casu marzu
Se trata de un queso italiano, de Cerdeña para ser exactos. Puede que ya te lo estés olisqueando y sí, es de esos pinches quesos «gourmet» que necesitan pudrirse pa’ saber «chingón». Éste literal significa ‘queso podrido’ y lo peor es que para que se pudra requiere la inyección de larvas de mosca para acelerar la fermentación. Pero no se queda ahí, esas chingadas larvas pueden saltar hasta 15 centímetros, o sea, de plato en plato.
Corazón de cobra
Leíste bien. A los exóticos vietnamitas les gusta servirse el corazón, crudo, por cierto —el órgano, no ellos—, de este reptil, al punto que hasta podrías ver sus últimos latidos. Ahhh pero no fuera la receta del pozole original porque ahí sí nos tachan de enfermos.
Haggis
La tierra de William Wallace —Escocia, pues— nos ofrece algo que puede que a los mexicanos no nos dé tanto asquillo: el estómago de una res relleno con el corazón, hígado y cebollita picados bien finitos, con harina de avena —¡no de trigo!— y su buena sazón de condimentos. Eso sí, sabe mejor cuando se cocina en «La noche de Burns»… qué la chingada.
Huevo milenario
Directo desde China: es un huevo de pato —qué elegancia, la de Francia—, de gallina o de codorniz, que se macera o cura enterrándolo con arcilla, ceniza y cal, durante un chingo de tiempo. Esa chingadera adquiere una textura gelatinosa y un color tan negro como el corazón de tu ex, que la neta sí creo que tenga mil años ese chingado huevo. Hasta un huevo que no es de ave sabría mejor.
Surströmming
Nada huele peor que un huevo o un pescado podrido excepto una combinación de los dos. Se trata de un arenque —tipo una sardina, un pececillo largo— fermentado por meses y, después, continuar la fermentación pero dentro de una lata. El olor del líquido, el juguito del peh’cao, es tan fuerte que hasta abren la lata bajo el agua para no guacarearse. Mira, si nosotros los mexicanos nos hacemos tacos de hongo parásito —el huitlacoche—, ¿por qué no acompañarían los suecos esa chingadera con leche y pan?