«El poder está bien, y la estupidez es, por lo general, inofensiva. Pero el poder y la estupidez juntos son peligrosos.»
Patrick Rothfuss
Los otomanos reinaron uno de los mayores imperios de la historia durante más de seis siglos hasta sucumbir en los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial.
Abdülaziz I, hijo de Mahmud II (1830-1876), fue sultán del Imperio otomano en el periodo comprendido entre 1861 y 1876, años largos para los turcos ya que el monarca fue un poco, digamos, extravagante. Aquí algunas de sus linduras:
Era un megalomaniaco trastornado. Era enorme físicamente y era una máquina de sexo. Su primera acción como Sultán fue que le construyeran una cama mucho más grande y que se incrementara el número de mujeres en su harem a 900.
Al principio de su reinado se empezó a notar que era un extravagante insano: ordenó que el 15% de toda la riqueza de Turquía sería exclusiva para sus gastos personales.
Fue el primer Sultán en viajar a Inglaterra para ser entretenido por la monarquía británica. Estando ahí compró docenas de pianos los cuales ataba a las espaldas de sus sirvientes para que pudiera escuchar música a donde fuera que iba. Compró locomotoras, aunque sabía que no tenía líneas férreas para correrlas; también muchos barcos de acero que nunca navegaron.
Hizo que se reescribiera la historia de Turquía, extirpando cualquier derrota militar que hubiera ocurrido y quitando cualquier referencia a la Cristiandad o a la Revolución Francesa.
Cuando se enteró que uno de sus sirvientes compartía el nombre de Aziz con él, promulgó una ley en la que quedaba prohibido que cualquier persona en el imperio llevara su nombre.
Finalmente, desarrolló una obsesión con la tinta negra y ordenó que todos los documentos públicos fueran reescritos con tinta roja.
Organizaba batallas en los jardines del palacio entre tropas reales y sirvientes, mientras él las veía desde una ventana.
Cuando empezó a masacrar cristianos fue tachado de la lista de tarjetas de navidad de la Reina Victoria. Una lástima.
En fin, como podemos ver, el poder es más adictivo que el dinero. Afortunadamente, estamos en otros tiempos y ese tipo de «manías» serían imposibles de ver en la mayoría de los Estados modernos.
Ya les seguiré contando en otras entregas, este tipo de cosas truculentas y los hijos de su repepínchamaco que las perpetuaron. Cuídense.