¿Qué le ha hecho el siglo XXI al pobre James? Siempre fue tan franco —para un espía—… y tan predecible; un héroe de la Guerra Fría: letal pero gallardo; global, si bien tranquilizadoramente anglosajón. Dominó tecnología fantástica con el fin de salvarnos de aquellos que querían controlarla para sus propios fines. Era sensual y genial, siempre con la sartén por el mango. Era, según observó Raymond Chandler, «lo que todo varón quisiera ser y lo que toda mujer quisiera tener entre sus sábanas». Era Bond. James Bond.
¿Caballero O sociópata?
Incluso en sus comienzos como agente del MI6, Bond era un gran personaje. El tipo tenía estilo. Como escribió el premio Pulitzer Michael Dirda, Bond tenía «aquello a lo que aspiraban ejemplificar los cortesanos del Renacimiento: sprezzatura, o sea, la habilidad de llevar a cabo cualquier labor difícil con estilo, gracia y despreocupación, sin una sola arruga en la ropa ni una gota de sudor».1 James podía derrapar un auto, enfrentar máquinas de guerra blindadas desde un autogiro, escapar utilizando una mochila futurista propulsora y hacerle el amor a incontables mujeres peligrosas… todo, sin despeinarse. Rara vez nos ha incomodado con su mundo interior —sus ansiedades, dudas, aflicciones o soledades— y, cuando lo ha hecho, lo estimamos como una confidencia íntima, un fugaz dejo de vulnerabilidad vuelto agudo alivio por un trasfondo de violencia e ingenio desapasionado.
- Michael Dirda, «James Bond as Archetype (and Incredibly Cool Dude)», en The Chronicle of Higher Education (2008), pp. B20-B22.