En la poesía se utilizan metáforas y comparaciones para exaltar o acentuar ciertas cualidades de lo descrito en el texto; o bien, para construir imágenes que le permitan al lector percibir desde los sentidos lo que el autor desea expresar. Algunas de ellas son recurrentes, clásicas; otras, extrañas… He aquí una muestra y la explicación del por qué los pechos de las mujeres son, según algunos poetas, como limones.
Cuando era joven, me llamaba la atención que los poetas españoles compararan con limones los pechos de las mujeres. Por ejemplo, en un poema de Cal y canto, Rafael Alberti escribe:
«Rubios, pulidos senos de Amaranta por una lengua de lebrel limados, pórticos de limones, desviados por el canal que asciende a tu garganta».
Por su parte, García Lorca se se refiere al árbol del limón como «un nido/ de senos amarillos», y también como «senos donde maman/ las brisas del mar». Miguel Hernández va más allá y alrededor del limón y su resonancia erótica construye este soneto que no necesita comentario, y del que sólo quisiera resaltar la belleza del encabalgamiento del segundo cuarteto —me refiero a lo que sucede en la estrofa segunda, en la que el sujeto de la oración, que es «mi sangre», no aparece sino hasta el tercer verso—:
«Me tiraste un limón, y tan amargo, con una mano rápida, y tan pura, que no menoscabó su arquitectura y probé su amargura sin embargo.
Con el golpe amarillo, de un letargo dulce pasó a una desvelada calentura mi sangre, que sintió la mordedura de una punta de seno duro y largo.
Pero al mirarte y verte la sonrisa que te produjo el limonado hecho, a mi torpe malicia tan ajena, se me durmió la sangre en la camisa, y se volvió el poroso y áureo pecho una picuda y deslumbrante pena».
Los limones fuera de la poesía
La comparación me desconcertaba porque, al menos por regla general, en México los limones son frutos que mientras más pequeños sean, más ácido, concentrado y agradable resultará su sabor. Por encima de los simbolismos amorosos asociados desde antiguo con las virtudes del limón, en este país es difícil que alguien se anime a hacer una comparación de esa naturaleza.
Todo se resolvió cuando anduve por aquellas latitudes: en España los limones caben mal y apenas en una mano tendida y hasta rematan en una punta poco menos que inquietante. La definición que ofrece el drae —y que dice que la palabra procede «del árabe laymun, éste del persa limu y éste del sánscrito nimbu»—, no deja de incluir una medida, por cierto bastante precisa: «el fruto del limonero, que tiene forma ovoide, mide unos diez centímetros en el eje mayor y unos seis en el menor». Por si fuera poco, presenta un pezón saliente en la base y tiene corteza lisa, arrugada o surcada según las variedades.
Con frecuencia —sigue diciendo el diccionario—, «es de color amarillo, pulpa amarillenta dividida en gajos, comestible, jugosa y de sabor ácido». De acuerdo con el españolismo característico de la RAE, el diccionario describe a detalle los limones ibéricos sin dejar siquiera un margen que nos permita suponer que en algún otro rincón del orbe hispánico pueda haber otros frutos que también se llamen de esa manera —y que a nadie se le ocurriría comparar con los pechos de una mujer.