James Marshall Hendrix, el guitarrista más grande que ha dado el Rock, nació el 27 de noviembre de 1942 en Seattle. Fue apodado «Wild Man of Borneo» al inicio de su carrera en los tabloides londinenses por su desarrapado aspecto y su corte racial, tan poco común en la escena del rock en Inglaterra.
El salvaje de Borneo
El brutal resultado de sus experimentos con la retroalimentación electrónica del sonido, con el pedal waa-waa y con la exagerada distorsión de sus seis cuerdas, destrozaron la armonía tradicional y llevaron al extremo el dolor y la sensibilidad del rhythm ’n’ blues en una interminable caída hacia el vacío, las tinieblas y a una locura salpicada de ruido. Generoso, siempre tendió la mano a quienes quisieran acompañarlo en este salto.
En los cuatro años que duró su reinado, Jimi expandió el vocabulario de la guitarra eléctrica como nadie lo había hecho antes… y como nadie lo ha hecho desde entonces.
En su país, Jimi tocó como músico de acompañamiento y en la orquesta de Little Richard, hasta que empezó su vuelo hacia el éxito en Londres. Su ascenso hacia el sol americano no fue hasta 1967, con su prodigiosa actuación en el Monterey Pop Festival, en la que, como un amante experto e insaciable que brindó dosis iguales de dolor y placer, hizo reverberar su guitarra a ciegas, con una sola mano, con la boca, en su espalda; tras manipularla hasta el paroxismo, la tendió en el piso, la besó, le prendió fuego y, casi ritualmente, la sacrificó para la audiencia estupefacta que se había reunido a inundar su espíritu de armonía, de paz y de amor, y que hasta ese momento entendió la clase de salvaje con la que estaba tratando.
El gurú del rock
En efecto, había ingredientes francamente eróticos en su pirotecnia interpretativa, pero, como dice Pete Townshend, guitarrista y líder de la banda británica The Who: «Su erotismo era elevado, sublime, casi de cualidades espirituales; no del tipo de erotismo que te inspiraba a poseerlo sexualmente, sino algo mucho más poderoso…».1
Jimi hizo de su vida breve una profecía que se autocumplió: quizá intuía que iba a vivir poco y por eso lo hizo tan arrebatadamente y con tan poca censura; o quizá porque decidió vivir de ese modo fue que el oxígeno le duró tan poco y terminó asfixiado en algo mucho más espeso que las neblinas moradas de las que hablaba. Según quienes lo conocieron —o quienes claman haberlo conocido— su resistencia a las drogas era mucho más alta de lo normal, así que Jimi usó y abusó de ellas —mariguana, LSD y otros alucinógenos—, además de que bebía mucho. Se dice también que era violento y que su apetito sexual era desmedido —en este renglón también hay espacio para la idealización morbosa de la dimensión de sus cualidades amatorias.
Careful, Icarus
Como Ícaro, Jimi besó el cielo, pero voló demasiado cerca del Sol. El inicio de su caída lo marca el Woodstock Music & Art Fair, donde su libérrima versión del Himno Nacional de los EE.UU. fue una prolongada e irónica alegoría del fuego, el horror y la agonía de la guerra que su país libraba en Vietnam, que ya había costado la vida a decenas de miles de estadounidenses.
Jimi murió el 18 de septiembre de 1970, en Londres. Unas horas antes de su muerte, había llamado a Chas Chandler —exbajista de The Animals y manager de Jimi— y dejó un mensaje: «I need help bad, man» —’Necesito mucha ayuda, hermano, en mal plan—. Nadie supo ni sabrá nunca qué pasaba por la mente de Jimi en esos días oscuros, así como nadie conocerá jamás el destino final de su vuelo. «Confusión» fue su epitafio.
1. Tomado del artículo «The 100 Greatest Guitarists of All Time», publicado en la revista Rolling Stone de septiembre de 2003.
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