En nombre del ahorro de tiempo y dinero, en la actualidad millones de personas consumen comida rápida y comida chatarra, dos tipos de alimentos que funcionan bajo los mismos principios: requieren poco o nulo tiempo de preparación, su propósito es saciar el hambre de inmediato y, debido a que se fabrican de forma masiva e industrial, su sabor es igual en cualquier parte del mundo.
Lo más hermoso de Tokio es McDonald’s. Lo más hermoso de
Estocolmo es McDonald’s. Lo más hermoso de Florencia es
McDonald’s. Pekín y Moscú no tienen nada hermoso aún.
Andy Warhol
Al consumir este tipo de alimentos, se sacrifica —muchas veces sin saberlo— la calidad de lo que se come y, a menudo, la propia salud, a causa de su escaso valor nutricional y al alto índice calórico, de grasas, sales y azúcares que los caracteriza. Su éxito desproporcionado obedece a causas diversas y, aunque pudiera pensarse que es un fenómeno reciente, en realidad esta práctica tiene antecedentes muy remotos.
El «desayuno rápido»
El origen de la comida rápida se remonta a la antigua Roma, donde gran parte de la población urbana no podía costear los gastos de una cocina particular, así que compraba como entremés el pan remojado en vino —es decir, en vinagre—, o los vegetales cocidos que ofrecían algunos vendedores. Durante la Edad Media, esta práctica se imitó en ciudades como París, donde se vendían flanes y waffles, y en el Reino Unido, donde se ofrecían los mariscos de las costas.
En América, este fenómeno nació durante la segunda mitad del siglo XIX, cuando los avances tecnológicos y la disminución de costos en los ingredientes propiciaron el aumento de la producción industrial, el auge del diseño de empaques y la publicidad masiva, lo que favoreció la creación de refrescos genéricos —que al principio fueron considerados medicinales—, como Hires Root Beer, Moxie, Coca-Cola, Pepsi-Cola y Dr. Pepper.
En ese mismo contexto, dos marcas de reciente creación, Quaker Oats y Aunt Jemima, introducirían la cultura del «desayuno rápido»: alimentos novedosos que requerían muy poco tiempo de preparación, ya que sólo necesitaban que el comensal agregara agua o leche. Sus campañas publicitarias enfatizaban su conveniencia, la rapidez de su preparación y los aspectos de nutrición. Muchos historiadores coinciden en que la introducción en la cultura del «desayuno rápido» fue el precedente más significativo de la comida rápida.
Con el aumento de los ingresos disponibles, también se favoreció la producción sistemática de alimentos, la expansión de las franquicias y cadenas, y la multiplicación de las compañías multinacionales. Además, durante la II Guerra Mundial se produjeron alimentos enlatados, precocidos y fabricados de forma masiva para alimentar a las tropas en el frente y prevenir la posibilidad de largos periodos para tiempo sin abasto. Por otro lado, durante este periodo las mujeres ingresaron a las fuerzas laborales y buscaron métodos de ahorrar tiempo en la cocina, por lo que la comida rápida se volvió una opción atrayente.
Así, el verdadero auge de la comida rápida se dio, por un lado, como resultado de la mercantilización en los EE.UU. y, por otro, como reflejo del American way of life: como evidencia del poco valor que los estadounidenses otorgan al ritual de la cena, al placer de la comida y a los alimentos mismos como fuente nutricional: «tiempo es dinero», como decía Benjamin Franklin, y existen cosas más importantes que hacer, además de preparar la cena, convivir y lavar platos.
Cadenas de comida rápida
Otro de los factores determinantes para el auge de las cadenas de comida rápida fue el desarrollo de la industria automotriz. Las personas comenzaron a acudir a los drive-in,1 restaurantes donde comían dentro de sus autos en el estacionamiento, y con el tiempo, a ser atendidas por meseras que usaban patines para asegurar un servicio más veloz. Esta modalidad evolucionó a los drive-thru, en donde la orden se entrega a través de una ventanilla y no es necesario quedarse en el local para comer.
Las cadenas que hoy inundan las ciudades de todo el mundo —McDonald’s, KFC, Burger King, etcétera— fueron pioneras en introducir los conceptos que cimentaron su éxito: preparación de alimentos similar al ensamble en una fábrica; recetas estandarizadas; arquitectura, letreros, mascotas y logotipos llamativos con campañas publicitarias millonarias.
Después de que en años recientes distintos estudios pusieron en evidencia los efectos dañinos de los alimentos que ofrecen, las empresas respondieron con alternativas «saludables» en sus menús. Hoy ofrecen platillos ajustados a los gustos locales, y sus sucursales se cuentan por miles: basta saber que hay un KFC en Kenia, África; un Burger King al lado del Mar Muerto; un McDonald’s en el Museo del Comunismo en Praga, y otro a mitad del desierto Negev, Israel.
1. El drive-thru fue también un símbolo de la modernidad, como se ve en la secuencia final de la serie Los Picapiedra, cuando la familia, al salir del autocinema, acude a uno de estos establecimientos para cenar.