El nombre completo de mi mamá, tomando en cuenta sus cuatro apellidos, es María del Pilar Sicilia Sicilia Sicilia Pérez; o sea que es hija de primos hermanos, que a su vez eran hijos de primos. Pero no se asusten, ella y sus hermanos —seis en total— salieron bien, mi abuela no perdió ningún hijo, ninguno nació con cola de cochino —a lo García Marquez— ni malformaciones evidentes y, a no ser por algunas mañas, podríamos decir que se trata de una familia normal.
Los Sicilia suelen ser guapos, metódicos, longevos, persistentes y buenos para la cocina, el dominó y el bordado. Pero siempre hay un frijol en el arroz y ése viene justo de la parte de su genealogía que corresponde a los Pérez: que Fulano tiene problemas del corazón, claro, por el bisabuelo Pérez; que Mengana está enferma de la tiroides, pues por la tía Tarsila, que era Pérez; que Perengano tiene problemas hepáticos, seguro por los Pérez… y así hasta llegar a mi bisabuela —o sea la abuela materna de mi mamá— Consuelo, que padeció de monomanía por mucho tiempo cuando mi abuela y sus hermanos eran chiquitos.
Por monomanía se entiende —según el DRAE— aquella «locura o delirio parcial sobre una sola idea o un solo orden de ideas», y a mi bisabuela Pérez le dio por la limpieza, tanto la corporal como la del pensamiento: si veía algo sucio en la casa, se ponía literalmente como loca, regañaba a la servidumbre y se encerraba en su cuarto, y peor aún, si oía a uno de sus hijos decir palabras como tonto o chichi, les lavaba la boca con jabón o lejía.
Ya lo dicen las coplas de Manuel Machado por la muerte de don Guido: «…cuando mermó su riqueza,/ era su monomanía/ pensar que pensar debía/ en asentar la cabeza», y es que por monomanía también se entiende esa «preocupación o afición desmedida que se reprende o afea en persona de cabal juicio». En el caso de mi bisabuela, sí que la afeaba, porque, aunque era una mujer muy guapa que, tras emigrar a su corta edad con sus padres a la Ciudad de México, formaba parte de la alta sociedad mexicana, lo que la mayoría recuerda de ella son sus arranques monomaniáticos contra todo y contra todos, a los que justificaban con resignación: «Pobrecita, es que está enferma de los nervios».
Pero yo mejor ni me burlo de los monomaniacos, porque, como decía la tía Beba, «te cae encima, porque todo se hereda»; entonces, si veo sucia mi casa o encuentro manchas en lo blanco, en lugar de regañar a la sirvienta, simplemente me acuerdo de mi herencia Pérez y me digo: ¿por qué mi mamá no se apellida cuatro veces Sicilia?