Durante el Renacimiento este término galería no designaba salas o pasillos alargados con gran número de pinturas, sino una concepción espacial en la que la arquitectura y las obras plásticas constituían un todo unitario, como las galerías de Fontainebleau o la de Apolo en el Louvre.
El Louvre permite comprender, no tanto el origen de la acepción actual, como su empleo para describir colecciones artísticas. La Gran Galería, que actualmente es la sala principal de la pintura italiana, tiene su origen en el Renacimiento.
En sus inicios, esta espléndida estancia era tan sólo un corredor inmensamente largo, es decir, una galería en sentido técnico. Se construyó durante el reinado de Enrique IV, entre los años 1595 y 1610, con el fin de unir el Louvre con el desaparecido Palacio de las Tullerías.
En esa época no se necesitaba este espacio para exhibir pinturas, por lo que la galería fue una mera obra utilitaria, carente de interés especial y que nunca llegó a decorarse.
La gran galería
La idoneidad de los espacios alargados para acoger exposiciones se descubrió en la época de Luis XVI, quien encargó al pintor Hubert Robert que acondicionase la Gran Galería para que funcionara como museo real. Después de la Revolución, estos planes desembocaron en la idea de un gran museo del Louvre.
En el año 1793, en el momento de la inauguración, los principales tesoros estaban reunidos en la Gran Galería. Hubert Robert estableció el carácter modélico de las estancias del Louvre en la época del Directorio. Este pintor ocupó primero el cargo de conservador de las pinturas reales, y más tarde desempeñó la misma función para el museo.
Vivió en el Louvre de los años 1779 a 1806, con excepción del periodo que pasó en la cárcel durante el régimen de El Terror impuesto por Robespierre en el año 1793.
Una iluminación superior
En 1796, Robert expuso dos posibilidades de futuro para la Gran Galería: la galería intacta servía a los artistas para copiar obras maestras de pintores anteriores, como Rafael, en condiciones de iluminación inexistentes hasta entonces, o un Louvre en ruinas proporcionaba la visión ocasional de estatuas, como en los restos de la antigua Roma.
Los Esclavos de Miguel Ángel junto al Apolo del Belvedere, que Napoleón llevó a París a su regreso de la campaña de Italia, iniciada en 1796, pero que pronto regresó al Vaticano. No queda demasiado clara la relación de esta visión del artista con las consecuencias de la guerra. Probablemente la famosa estatua de Apolo no se encontraba todavía en Francia cuando Hubert Robert pintó el Louvre como un capricho en ruinas.
Este hombre genial ya pensó en una iluminación desde arriba. De 1805 a 1810, durante el reinado de Napoleón, se trabajó para mejorar las condiciones de iluminación. En 1856 cuando Hector Lefuel introdujo por fin la iluminación descendente, esta solución se convirtió en un modelo a seguir para numerosas galerías de pintura de todo el mundo.