¿Cómo eran en realidad los gladiadores de la Antigua Roma? ¿Los combates eran un rito sagrado o un simple entretenimiento? Éste es un vistazo por las distintas etapas que tuvo esta «tradición» que pervive en el imaginario colectivo, llamado el circo romano.
De entrada, lo que conocemos como «el circo romano», en realidad se llamaba ludi —juegos— y tuvo su origen de antiguos ritos etruscos en los que se sacrificaba a un prisionero sobre la tumba de un héroe caído en combate. Tiempo después, se decidió sustituir el sacrificio por combates de gladiadores frente el sepulcro honrado.
El «circo» era el estadio —inspirado en los hipódromos helénicos— donde se realizaban las carreras de cuadrigas —carros tirados por cuatro caballos en línea—. Los romanos jamás usaron estas cuadrigas en sus combates, pues eran muy estorbosas y nada prácticas contra la caballería enemiga; por eso sólo las empleaban en carreras de velocidad durante sus festejos.
Existieron muchos circos por todo el territorio romano, pero uno de los principales fue el Circus Maximusque existió en la ciudad de Roma, entre los montes Aventino y Palatino. Tenía un tamaño de 621 metros de longitud por 118 metros de ancho, y podía albergar a más de 150 mil espectadores. Un ejemplo de cómo eran estas carreras está representado en la célebre escena de cuadrigas de la cinta Ben-Hur (1959).
De la tradición al fanatismo
Los ludi comenzaron a celebrarse en honor de Júpiter óptimo Máximo, en Roma, a partir del 390 a.C., y tenían una duración de 16 días. Era obligación asistir a los juegos con la cabeza descubierta «en señal de respeto» a quienes ofrendaban su vida —es curioso que esta costumbre romana la adoptaran después los primeros cristianos al asistir a sus templos».
En la Antigua Roma, cualquier ritual que se acompañara de sangre tenía una connotación casi profética. Por ejemplo, cuando se practicaba el rito de «maldecir» a un enemigo, estos rezos se culminaban con el sacrificio de un animal; entre más grande y más costoso fuera éste, mayor era el tributo al dios invocado —por lo regular Némesis, a quien los romanos llamaban Envidia— y la efectividad de este conjuro. Del mismo modo, la sangre derramada de los gladiadores era un tributo para «apaciguar el espíritu de los muertos».
A partir del 212 a.C., los juegos se instituyeron en honor de Apolo —ludi apollinares— entre el 6 y el 12 de julio y, desde entonces, cada tanto fueron intercalándose las deidades a quienes estaban dedicados: Cibeles, Floralia, incluidas las infernales como Dis Pater y Proserpina, entre otros. En las principales provincias romanas se replicaban estos juegos entre los meses de febrero y julio; no se volvían a reanudar sino hasta la última semana de noviembre.
Con el tiempo, los juegos se empezaron a organizar para festejos y celebraciones personales, o como parte de las «campañas políticas» de tribunos y senadores para ganarse adeptos y la aprobación de la gente que decían representar; eran la ocasión ideal para que los personajes públicos midieran su popularidad entre la plebe: ésta los alababa o insultaba sin el menor recato. Mucha gente apartaba su lugar en los juegos desde la madrugada, y no se movía de ahí hasta que éstos comenzaran, muchas horas después —algo similar a lo que pasa hoy con quienes «acampan» afuera de un estadio antes de que dé inicio un concierto o una final de futbol—: ahí comían e incluso hacían sus necesidades con tal de no perder su sitio.