Hay muchísimas anécdotas sobre el primer ministro inglés –que además de estadista y visionario fue Premio Nobel de Literatura en 1953–, pero una de las más conocidas y simpáticas es aquella que cuenta que Churchill tenía una gran enemistad con una señora que era miembro de la cámara de los comunes. La antipatía era recíproca y no fueron poca las veces en que sus discusiones pasaban de los público a lo privado. En una de ellas, la mujer muy enojada y llena de rabia dijo:
–Es usted realmente insoportable, si yo fuera u mujer, no dudaría en agregar veneno a su té. a lo que Churchill contestó lacónicamente:
— No se preocupe señora, si yo fuera su marido no dudaría en tomármelo.
Churchill, como todo el mundo sabe, era un empedernido fumador de puro y se preciaba de tener una cava con algunas de las mejores marcas de habanos. Otra de las anécdotas es aquella que cuenta que durante la Segunda Guerra Mundial, en uno de los bombardeos que sufrió la ciudad de Londres, el primer ministro, que se encontraba en otra ciudad, telegrafió desesperado a su secretario con el siguiente telegrama.
“P.M. solicita informes sobre daños de su cava después de bombardeo y de paso, sobre daños de ciudad en general.