El muro de Berlín es, sin duda, uno de los símbolos más representativos del siglo XX, y las historias que se pueden contar en torno a él son muy variadas. Desde el momento de su construcción, y durante los 28 años que se mantuvo en pie, este muro dejó profundas marcas tanto en el plano internacional como en la vida de las familias que se vieron separadas por el mismo.
Tras el final de la Segunda Guerra Mundial, la ciudad de Berlín, que quedó como un enclave en la parte soviética de Alemania, fue dividida entre las cuatro potencias vencedoras.
EE. UU., Gran Bretaña y Francia decidieron unir los sectores que les fueron asignados, manteniendo separados a los soviéticos. La existencia de un territorio capitalista en medio de la República Democrática Alemana constituyó una constante fuente de preocupación para sus autoridades.
La historia de esta famosa muralla comenzó en la noche del 12 de agosto de 1961, cuando las autoridades de Alemania Oriental decidieron levantar un muro provisional ante la enorme cantidad de personas que abandonaba el país para adentrarse en la parte occidental de Berlín, una cifra que ronda los 3 millones. Con el paso del tiempo, lo que empezó como una medida provisional fue creciendo hasta convertirse en una pared que alcanzaba los 4 metros de altura en algunos puntos, y que contaba con cables de acero en su interior a modo de refuerzo.
Las medidas de seguridad que acompañaban al muro también aumentaron con el paso de los años, hasta que conformaron lo que se conoció como «la franja de la muerte», un conjunto que incluía torres de vigilancia, un enorme foso, alambrada, perros de seguridad y sistemas de alarma. La cantidad exacta de personas que fallecieron intentando cruzar hacia el oeste se desconoce, y las cifras que se manejan oscilan entre 100 y 270.
Aunque el muro de Berlín cayó el 10 de noviembre de 1989, el origen de este acontecimiento se ubica en mayo de ese año, cuando la frontera entre Austria y Hungría fue abierta para permitir el libre tránsito hacia Alemania Occidental desde el este de Europa, lo que produjo manifestaciones en la parte oriental de Berlín, donde se exigía también el libre paso hacia el oeste.
El 9 de noviembre, las autoridades socialistas cedieron y anunciaron que se permitiría el acceso a través de los puntos de control del muro, lo que produjo aglomeraciones que resultaron difíciles de controlar. Ante esta situación, la población decidió derribar el muro al día siguiente.
La caída del muro, llamado «de la vergüenza» en occidente y «de protección antifascista» en oriente, fue tomada como uno de los símbolos más representativos del colapso del bloque comunista.