Cada vez que escucho hablar a mi papá, me hace pensar que vive en una realidad paralela, ¿por qué? Deben saber, queridos-estimados-amos-y-señores-míos, que mi santo padre no dice una sola mala palabra… Bueno, siendo precisos, sí las dice, pero, la verdad, para estos tiempos sus palabrotas son de risa; pero el pobre —¡ay!— todavía se sonroja al decir alguna de ellas. Veamos:
bribón. Empezamos con el insulto más cariñoso de todos: «Eres un bribón… pequeño rapaz». A mí me dicen eso y caigo perdidamente enamorado de la interlocutora y, aletargado de pasión contestaría:
«Este bribón que ahora a sus pies se arrodilla / no espera más que un suspiro de su melodiosa boca / para entregarse, cual esclavo, a sus más inalcanzables caprichos…».
Pues bien, después de haber sido rechazado por tan hermosa criatura, les cuento que esta palabrita significa «persona sin escrúpulos y oportunista, capaz de cualquier cosa para satisfacer sus deseos o necesidades personales», mientras que el DRAE dice: «pícaro, bellaco, dado a la briba», que es la vida holgazana del mendigo o del pícaro, y el arte de engaño de los que la llevan; viene de bribia, la elocuencia persuasiva, y oraciones de que se sirve el mendigo para inspirar lástima. sin más, un bribón es aquel que usa las palabras con gracia para engañar y conseguir lo que desea.
—Ay, mi amorcito es un bombón. —Un bribón querrás decir, seguro ya te convenció de que le regales el tesorito.
ranuja. Esta palabrita surge del latín granum, ‘grano, semilla’, y es una derivación de grano, que de origen se refería a las semillas de las uvas y, por extensión, a las uvas separadas del racimo. No es nada aventurado suponer que esta palabra comenzó a usarse para referirse a los jóvenes que «se apartaban del racimo»; es decir, los que rompían las normas. Pero dígame si usted no se muere de risa si le dicen granuja. Además, le apuesto que si se lo dice a cualquier joven por la calle, seguramente lo volteará a ver y dirá: «¿A quién le dijo granoso?».
Yo seré lo que digas y mandes, pero tú eres un granuja.
malandrín. Si ya de por sí bribón suena más a palabra de cariño que otra cosa, ¿pues qué puedo decir de malandrín?… Pues que viene del italiano malandrino, ‘salteador’, o del catalán malandrí, ‘bellaco, rufián’, que antiguamente parece haber significado ‘pordiosero, leproso’. Ambos derivan del latín malandra, ‘especie de lepra’, que es alteración del griego μελάνδρυον /melándryon/ ‘corazón de roble’ —por el color oscuro—, y éste, contracción de tò mélan dryós ‘lo negro de un roble’. En origen se refería al salteador de caminos, y pasó a los diccionarios como «malvado, perverso, de malas intenciones».
Ese malandrín me vendió boletos falsos.
malhechor. Ésta sí la tenemos más presente y viva que las otras, gracias a varios políticos que nos la han recordado. se refiere a una «persona que hace un mal o un daño a otro o a la sociedad», y se usa mucho en el ámbito de la abogacía, y así lo definen: «delincuente, especialmente el que comete delitos de forma habitual». Aquí el problema radica en que, si tenemos palabras más rudas para hablar de esos desgraciados —los malhechores, aclaro—, pues hasta ñoña se escucha.
—No sé por qué dicen que es un malhechor, si hasta regala juguetes… —No seas tonto, se llama Melchor.
mequetrefe. Ésta es la palabrota que más me encanta. significa, según el DRAE, «sujeto entrometido, bullicioso y de poco provecho». Para variar, el mentado diccionario es impreciso, pues en la práctica le atribuimos esta condición a alguien que es despreciable, de pobre condición moral, vacilante, de personalidad nada firme. Probablemente esta palabra es portuguesa, compuesta de meco, ‘hombre libertino, sujeto astuto y malicioso’, y trefe —o trefo—, ’travieso’ y también ‘delgado, flojo, tísico’. Hoy podemos encontrarla en el diccionario como «persona petulante e inútil». Pero también imagino la cara de cualquier lector al que le digan: «es usted un mequetrefe», no dudo que, más que enojarse, recuerden con nostalgia los regaños cariñosos de la abuela.
¡Aguas, mi buen, con el mequetrefe!