Más allá de sus notables descubrimientos científicos, un dato que sorprende es que Santiago Ramón y Cajal haya nacido en una pequeña villa aragonesa que en los albores del siglo XX contaba con 2500 habitantes. ¿Qué posibilidades tenía un hombre extraído de ese entorno rural español de, con el tiempo, ganar el premio Nobel de Fisiología y Medicina?
Nació el primero de mayo de 1852 en el pueblecito español de Ayerbe, en la provincia aragonesa de Huesca. Cuentan que fue un muchacho muy travieso, el terror de sus vecinos. Desde pequeño tenía una curiosidad ilimitada por los fenómenos naturales y una sensibilidad innata por la belleza de la naturaleza. Sus primeros estudios fueron muy accidentados. En Jaca, internado en el Colegio de los Escolapios, se rebeló contra el aprendizaje del latín de memoria, por lo que fue castigado y encerrado.
Tiempo después, en el Instituto de Huesca, donde en lugar de latín debía aprender matemáticas y ciencia, la que secretamente cambió por un curso de física, el informe escolar fue tan malo como era de esperar. Su padre lo sacó de la escuela y lo colocó como aprendiz de barbero. Entre cortes de pelos y afeitadas, Santiago continuaba sus correrías. Desesperado, don Justo, su padre, decidió trasladarlo a un taller de zapatería. A los 16 años comenzó estudios de Anatomía, revelando un notable talento para dibujar. A partir de entonces, abandonó sus correrías y comenzó a estudiar Medicina en la Universidad de Zaragoza, donde su padre era profesor de anatomía.
El microscopio
Por su pericia en el arte de disecar, al final del segundo año, Santiago logró una plaza de ayudante de disección, además de impartir clases particulares de anatomía. Por ese tiempo apareció un libro revolucionario, La patología celular de Virchow. Santiago estaba intrigado por la tesis de Virchow, en la que la célula es una unidad independiente y el principal protagonista de los trastornos patológicos. La escuela opuesta, la de los vitalistas y animistas, sostenía lo contrario, que la célula no era la unidad básica del organismo, sino un sitio de defensa que protegía al cuerpo contra los ataques del mundo exterior.
En el verano de 1873, apenas alcanzada la mayoría de edad, Santiago se graduó de médico y fue declarado soldado.
Mientras cursaba las asignaturas del doctorado en Medicina, seducido por la contemplación de las preparaciones microscópicas que Maestre de San Juan le muestra, Ramón y Cajal decide consagrarse a la investigación histológica. En el laboratorio de Fisiología de la Universidad de Zaragoza había un viejo microscopio con el que admiró por primera vez el sorprendente espectáculo de la circulación de la sangre. Más tarde, compró a plazos un microscopio Verick, con el que observó todo lo que pudo.
Coloración argéntica y sistema nervioso
Con los años, se crearon en Histología diversos métodos para tratar los tejidos con reactivos químicos, con el fin de estudiarlos en el microscopio. La innovación de Cajal consistió en tratar las fibras nerviosas con cloruro de oro, antes de impregnarlas con nitrato de plata, según la técnica corriente. También por entonces, descubrió la ventaja de emplear el nitrato de plata amoniacal en lugar del simple, sin previo baño amoniacal. Con ello, y sin saberlo, preparaba el terreno para el trabajo que le ocuparía toda la vida. Sus descubrimientos pasaron inadvertidos, pues publicaba sus trabajos en español, lengua que no se utilizaba en el mundo científico.
Cajal empezó a experimentar con la técnica de tinción del sistema nervioso creada por el histólogo italiano Camilo Golgi en 1888. Gracias a ella era posible observar las más finas estructuras nerviosas de color castaño sobre un fondo amarillento; aunque este método tenía imperfecciones, correspondió a Cajal perfeccionarlo, y tuvo tal éxito, que le mereció la hostilidad de su inventor para toda la vida.
Sobre la base de sus investigaciones descubrió que las células nerviosas no se comunican entre sí por continuidad, como afirmaba el reticularismo de Golgi —fig.1—, sino por contigüidad, es decir, por contacto de las terminaciones axónicas o dendríticas de cada célula con el cuerpo o las terminaciones de otras —fig. 2.
Reconocimiento internacional
Animado por sus observaciones, invirtió sus pequeños ahorros en la publicación de esas aportaciones en la Revista Trimestral de Histología Normal y Patológica, fundada por él. Inmediatamente buscó ampliar su círculo de lectores y difundir internacionalmente los resultados de sus investigaciones. Al inicio de 1889, publicó traducciones francesas de tres trabajos, donde exponía los hallazgos más importantes que consiguió acerca de la estructura del cerebelo, la retina y la médula espinal, pero fueron recibidos con desconfianza.
Para superar eso, Ramón y Cajal, lleno de esperanzas, con sus pocos ahorros y sus principales preparaciones en la maleta, decidió acudir a la reunión de la Sociedad Anatómica Alemana, realizada en Berlín en el otoño de ese año. Allí mostró las preparaciones que demostraban mejor sus descubrimientos y triunfó ante sus oyentes; el más entusiasta fue Kölliker, quien le dijo:
«Celebro que el primer histólogo que ha producido España sea un hombre tan distinguido como usted y de tanta talla científica».
Kölliker era firme partidario de la teoría reticular, pero los trabajos de Cajal lo persuadieron de abandonarla y proclamar el nuevo concepto: la teoría del contacto y de las neuronas como entidades separadas e independientes.
Al término de su fructífero viaje, Cajal regresó a Barcelona para reintegrarse a su trabajo. Poco después de Kölliker, casi todas las grandes figuras de la neurohistología europea, pese a la oposición de Golgi, reconocieron su teoría neuronal y consideraron definitivamente demostrado el error de la hipótesis reticular; asimilaron los hallazgos de Cajal y aceptaron su nueva concepción de la estructura del sistema nervioso. Al final de 1891 decidió reunir en un volumen todos sus estudios acerca de la estructura del sistema nervioso de los vertebrados. Este proyecto, que durante diez años lo obligó a un arduo trabajo, cristalizó en el clásico libro El sistema nervioso del hombre y los vertebrados.
Investigaciones, publicaciones y premios
Tras el fallecimiento de Aureliano Maestre de San Juan, en 1890, quedó vacante la cátedra de histología y anatomía patológica en Madrid; Cajal concursó por la plaza y la ganó. Así, en abril de 1892, con 40 años de edad y padre de seis hijos, Santiago Ramón y Cajal llegó a Madrid con la carpeta repleta de proyectos para nuevas investigaciones.
En sus primeros cinco años de estancia en la capital, prosiguió sus investigaciones, empleando el método de Golgi sobre la estructura de otras zonas del sistema nervioso: el asta de Ammon, la corteza occipital del cerebro, el gran simpático visceral, el bulbo raquídeo, etcétera. En todas ellas, el resultado general fue comprobar la teoría de la neurona, es decir, el contacto entre somas y arborizaciones nerviosas, así como la ley de la polarización dinámica.
En 1894, Cajal envió un trabajo al Congreso Internacional de Medicina en Roma, sobre la morfología de la célula nerviosa, en el que por primera vez ponía de manifiesto el hecho de que la capacidad intelectual no depende del número y de las dimensiones de las neuronas cerebrales, sino de la riqueza de sus terminaciones y de la complejidad de las áreas de asociación, hecho que actualmente constituye un principio fundamental en psicología.
Entre 1899 y 1906, el extraordinario prestigio alcanzado por su obra generó que Cajal recibiera una serie de distinciones científicas internacionales del máximo nivel. En octubre de 1906, el Real Instituto Carolino de Estocolmo le comunicó que había sido galardonado, junto con Camilo Golgi, con el premio Nobel de Fisiología y Medicina. En Estocolmo, conoció personalmente a Golgi, cuyas contribuciones citó y elogió durante su conferencia.
Los últimos años
Después de 30 años de ininterrumpida labor, Ramón y Cajal continuó el trabajo en el laboratorio, pero acusaba la honda depresión moral que le produjo la guerra europea de 1914. Su último libro fue escrito desde una perspectiva biográfica, El mundo visto a los ochenta años, donde registró, con la calma de médico, las sensaciones resultantes de su arteriosclerosis cerebral. Terminó de redactarlo a finales de mayo de 1934 y apareció cuatro meses después, casi coincidiendo con su muerte. Murió en Madrid, el 17 de octubre de 1934, conservando la lucidez hasta el último momento.