Muchos de nosotros crecimos escuchando que hay un espacio entre el cielo y el infierno, el famoso limbo, y que nos asustaba tanto como el coco o el señor del costal. Lo que nunca nos dijeron es que no es necesario morirse para conocerlo, pues existe una transición que a todos nos marcó y que es igual de escalofriante y terrorífica que el hogar de Lucifer: la pubertad —tiemble como la hiena que escucha el nombre de Mufasa.
Se trata de un limbo porque aún no somos «grandes» —con toda las responsabilidades y compromisos que genera alcanzar la madurez— pero tampoco niños —en ese mundo infantil, despreocupado y carente de obligaciones—, y tenemos un remolino de emociones y sensaciones, de ahí que tome el nombre de «edad de la punzada», pues todo, absolutamente todo, nos punza, nos hiere, nos aflige, en términos emocionales, sexuales y existenciales.
Estos ires y venires tienen una razón de ser. En nuestros cuerpos ocurre una revolución, un cataclismo con cambios físicos. En sentido estricto, el término «pubertad» se refiere a los cambios corporales en la maduración sexual más que a cambios psicosociales y culturales que esto conlleva, aunque eso no significa que ambos aspectos no tengan injerencia en el proceso.
Entre los 8 y 13 años de edad en las niñas y entre los 9 y 15 años de edad en los niños, se modifica el tamaño, la forma, la composición y el desarrollo funcional de muchas estructuras y sistemas del cuerpo. Pero cuidado, los cambios no son parejos entre niños y niñas, por ejemplo:
La pubertad se puede abordar desde diferentes puntos de vista, debido a la complejidad de transformaciones endocrinas y morfológicas, y a la variabilidad de los factores socioeconómicos e históricos que implica. Una de las propuestas más interesantes consiste en abordarla como una producción sociohistórica compleja, ya que hay varios estudios que aseguran que las sociedades primitivas no la conciben como una etapa sino como la edad en la que se hacen los ritos de iniciación que, al ser pasados por los jóvenes, les conceden de manera inmediata el estado de madurez; esto se traduce en que estas sociedades no parecen conocer «las tempestades y tensiones» que caracterizan a la pubertady tampoco las demandas, observaciones y expectativas que tanto estrés nos causan.
Ya sean peras o manzanas, lo que debemos entender es que todos pasamos por esa etapa y que la pubertad no es difícil sólo para quien la vive, sino para el medio que la padece, recuerden los cambios de humor que muchas veces tuvieron que soportar nuestros padres, las ganas de ir por la vida arrancando pieles y al minuto siguiente querer envolver a todos en una «armadura de algodón» para abrazarlos… y que muchos se quedaron en ese limbo.