Es un dicho arraigado en el folclor de diversas culturas alrededor del mundo que se aplica a quienes manifiestan un comportamiento hipócrita o no lloran de corazón. La conseja se inspiró en la creencia generalizada de que el cocodrilo es un timador consumado, ya que, para despertar la compasión de los oyentes, animales u hombres, y atraerlos a sus dominios para devorarlos, finge el lastimoso llanto de un ser desvalido. Memorable es la sentencia que William Shakespeare expresa acerca de la falsa aflicción cocodriliana cuando Otelo, perturbado por los celos y los comentarios de su mujer Desdémona, le refiere: «¡Oh, diablesa, diablesa! Si la tierra pudiera fecundarse con lágrimas de mujer, cada gota que viertes se convertiría en un cocodrilo. ¡Fuera de mi vista!».
Por curioso que resulte, es verdad que tanto el lagrimeo como el gemir son condiciones del comportamiento cocodriliano, mas no como resultado de expresar viciosos sentimientos humanos, sino como parte de estrategias biológicas que le han valido la permanencia sobre la faz del planeta por cerca de 350 millones de años.
Por mucho tiempo se pensó que el cocodrilo llora para engañar a una potencial presa o, peor aún, después de zampársela. Pero el reptil no es ni hipócrita ni compasivo y, por consiguiente, no derrama lágrimas a causa de estas congojas. Lo que ocurre es que tiene un aparato potabilizador: sus riñones a menudo no pueden liberarse de todos los excedentes de sales que recibe el organismo y, entonces, acuden en su ayuda unas glándulas que tienen en los ojos, llamadas harderianas, a través de las cuales expulsa las sales, diluidas en agua, como si de lágrimas se tratase. También sus glándulas lagrimales producen un fluido, muy similar a nuestras lágrimas, que le ayuda a lubricar sus ojos para mantenerlos limpios y libres de bacterias.
Además, los cocodrilos sobresalen de entre los reptiles por su gran capacidad de vocalización. Los sonidos que emiten estos saurios prehistóricos varían desde las cavernosas voces que los machos emplean para cortejar a las hembras durante la temporada de apareamiento, hasta los agudos «llamados» de auxilio con que los recién nacidos avisan a la madre que acaban de salir del cascarón o que se encuentran bajo amenaza.
Posiblemente estas voces cocodrílicas fueron interpretadas en el pasado como lastimosos gemidos de engaño porque, desde la insidiosa perspectiva humana, solamente la hipocresía puede expelerse del interior de un depredador consumado cuyo único propósito en la vida es saciar su permanente sed de sangre y carne.
No cabe duda que en la construcción de este singular proverbio, interviene más el mito que la realidad. La mitificación que los humanos han hecho de los reptiles o de su comportamiento, se resume perfectamente en las palabras que Herbert Wendt utilizó para explicar por qué los hechos reales de la naturaleza se ocultan tras el velo de sucesos fabulosos contenidos en proverbios, refranes, apotegmas, mitos y leyendas: en las personas de todos los tiempos y todas las culturas, invariablemente «su fantasía funcionaba mejor que su vista —y hasta que su oído— […]».