En la nieve, el agua se encuentra helada y forma diminutos cristales de aspecto muy agradable a la vista. Éstos permanecen agrupados, pero no formando una masa compacta y, si se pudiese tomar uno solo de ellos, la luz pasaría por él como por un trozo de hielo transparente; sin embargo, cuando tenemos reunido un montón de estos cristalitos que constituyen la nieve, todo ocurre de un modo muy distinto, pues rechazan la luz en todas direcciones, de igual modo que lo hace la sal.
Lejos de filtrarla más mínima parte de la luz blanca que cae sobre ellos, la rechazan o reflejan, y por eso la nieve es blanca. No obstante, si la luz que incide sobre la nieve tiene un determinado color, se refleja, por supuesto, con idéntico matiz. Éste es el origen de algunos de los espléndidos efectos de la luz del sol poniente en las altas montañas nevadas. Si la luz solar fuera verde, verde sería la nieve.
Tomado de El nuevo tesoro de la juventud, IV, México: Cumbre, 1984. p. 302.