El significado de esta palabra tiene, al menos, nueve acepciones distintas: proviene del latín ars «artis», y refiere a la «virtud, disposición y habilidad para hacer algo», y al «conjunto de preceptos y reglas necesarios para hacerlo bien». Palabras como artefacto, artificio, artificial o artificioso contienen la partícula factus, –ficis, que se refiere a ‛hacer’; incluso, artesanía, artesano, artesa y artista, comparten todas el mismo significado de ‛saber hacer’.
María Moliner señala que arte es «la manera de cómo se debe hacer alguna cosa», por lo que «hacer algo con arte» implica el dominio del «saber hacer» —el famoso savoir faire francés—; por ello es posible acuñar conceptos como el arte de la caligrafía, el arte de la relojería, etcétera.
El DRAE, en su segunda acepción de arte, lo define como la «manifestación de la actividad humana mediante la cual se expresa una visión personal y desinteresada que interpreta lo real o imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros». Es decir que, a raíz de dicha actividad, el hombre crea algo a lo que denominamos obra de arte, esa que contemplamos en museos o escuchamos en salas de conciertos, que aparentemente no tiene un fin utilitario, que pretende originalidad estética y belleza universal.
Pero recapitulemos, ¿de dónde salió toda esta concepción? Porque al tratar de definir qué es arte encontramos tal cantidad de paradigmas y conceptos que acaba por ser difícil saber a qué obra producida por el hombre se le puede llamar arte.
Aristóteles y Santo Tomás de Aquino coinciden en clasificar el conocimiento en teórico y práctico. Santo Tomás, a su vez, divide en dos las virtudes del entendimiento práctico: el arte y la prudencia; el arte —facere— hace ajeno lo propio y busca el bien de la cosa producida, mientras que la prudencia —agere— perfecciona al que obra; agrega: «el arte es la recta razón de lo factible, mientras que la prudencia es la recta razón de lo agible […] la hechura es un acto que pasa a la materia exterior —como edificar, cortar, y cosas parecidas—, mientras que obrar es un acto que permanece en el mismo agente —como ver, querer, y cosas parecidas».
Desde esta posición clásica, encontramos que el arte consiste en aplicar normas universales y, por tanto, necesarias a la obra para perfeccionarla. El artista, entonces, es un «hacedor», pero el arte no es simplemente hacer, sino un ‘saber hacer’, y el conocimiento y la intención es lo que distingue a un artista de un obrero o un operario, y a las obras de arte del resto de las cosas. Los que el hombre produce, según la filosofía clásica, se divide en obras bellas y no bellas.
Dentro de las artes bellas encontramos:
Las artes mayores son las obras más puras y simples; para los griegos eran seis: arquitectura, escultura, pintura, música, declamación y danza. La declamación incluye la poesía, y la música, el teatro. La cinematografía y, por extensión, la fotografía, ahora son considerados el séptimo y octavo arte, respectivamente.
Las artes menores no gozan de la simplicidad ni son un «fin en sí mismo» como las artes mayores, por ejemplo: las artes decorativas que no crean obras independientes, sino subordinadas al embellecimiento de objetos, espacios o edificios. Lo son, también, la gastronomía, la perfumería, la cristalería, la orfebrería o el arte plumaria.
Dentro de las artes no bellas tenemos:
Los oficios como el del zapatero, en los que la técnica, el manejo técnico y la tecnología producen objetos en serie en los que predomina un carácter utilitario. Para obtener dicha producción es necesario observar un conjunto de preceptos y reglas a lo cual se le denomina también arte —aludiendo a su significado de «cosa hecha»—; por ello podemos hablar del arte militar o las artes marciales.
A lo largo de los años y de la mano de las tendencias filosóficas, el arte se ha visto como algo que distingue a la humanidad, como sostuvo la soprano Beverlly Sills: «Es la firma de la civilización», o que distingue al hombre, como decía el artista plástico Marcel Duchamp: «Es la única forma de actividad por la cual el hombre se manifiesta como verdadero individuo».
Ciertamente este tema incita a discusiones, polémicas y posturas conservadoras o radicales. Para Picasso «el arte es la mentira que nos permite comprender la verdad», y para ello hay que mantener la mente abierta aunque, a veces, nos falten elementos para calificar «esa cosa producida» como obra de arte; pero, eso sí, el autorretrato, al ser un género de la pintura como el bodegón o el paisaje, entre otros, es arte puro y miembro inequívoco de las artes mayores o bellas artes.