Su origen se remonta al periodo Heian y describe una práctica autoexploratoria que ayuda a encontrar el objetivo de la propia existencia. Se cree que los primeros en utilizar el término fueron los habitantes del pueblo de Ogimi —en la isla de Okinawa—, quienes lo aplican hasta la fecha. La subsistencia de esta comunidad, mejor conocida como «la aldea de los centenarios», se centra en tener un propósito vital que estimule su apetito por seguir viviendo. ¿Qué onda con el ikigai?
La felicidad en un esquema Distanciado de los manuales de autoayuda, el ikigai, 生き甲斐, traducido literalmente como ‘aquello por lo que vale la pena vivir’, es una filosofía que descubre, define y aprecia los placeres de la vida que «intensifican» el anhelo por el futuro. Este concepto, aunque sencillo a primera vista, fue reinterpretado a nuestra manera occidental —como casi todo lo que no entendemos de los nipones—, por medio de un diagrama de Venn, el cual resume esquemáticamente sus elementos: lo que un individuo ama y en lo que es bueno, que le genera una ganancia económica pero que a su vez es «funcional» para el mundo; en pocas palabras, es la mezcla de la pasión, la vocación, la profesión y la misión de una persona.
Para poder «descifrarlo» es necesario partir de aquello que nos genera satisfacción, y de ahí ser francos en si se tiene el talento para realizarlo o no, pues de ello dependerá la posibilidad de una retribución que nos permita subsistir; cuando ya se tienen estos tres factores, la dicha total llegará al estar conscientes de que contribuimos de manera positiva con nuestra sociedad; es decir, no sólo estamos buscando nuestro bienestar sino el de los demás.
«Lo importante es que tenemos salud…»
Por desgracia, como buenos occidentales, solemos concentrar nuestra idea de plenitud en ser buenos en algo —y estar sanos— para poder acumular bienes de ello, pues ya lo demás «se da solito». Sin embargo, si en verdad queremos encontrar el propio ikigai debemos enfocarnos en todos los aspectos, pues su objetivo es el equilibrio existencial; además, no es un medio para llegar a un fin, sino una vía de realización garantizada que deriva en la longevidad de una persona, así como en su felicidad diaria.
De cierta forma es un instructivo de vida casi infalible —según lo han demostrado los orientales durante siglos. En síntesis, da igual si nuestro ikigai es cuidar un jardín o dirigir un negocio, si lo hacemos en soledad o en compañía, lo importante es escuchar los instintos propios pero, sobre todo, que uno prefiera despertar que seguir durmiendo.