LAVABO. Aunque los haya muy elegantes y de alta alcurnia, la «pila con grifos que se usa para lavarse» es uno de esos muebles de los que nadie presume. Por ejemplo, una señora gorda y enjoyada puede hacer una reunión para presumir su sala nueva, el impecable parqué—aunque sea de imitación madera— o la mega cocina más moderna —con refrigerador que incluye pantalla de tele y que terminará de pagar en tres años.
Sin embargo, nunca se le ocurriría pavonearse de su lavabo nuevo. Es así: pocos pensamos en ese mueble, quizá por lo humilde de su servicio o porque en muchos casos y casas, sobre todo donde hay niños, cumple una función meramente decorativa.
Sin embargo, esta palabra tiene un origen singular que se remonta al siglo XVIII: durante la misa, el sacerdote se lavaba las manos en un recipiente con agua mientras recitaba una parte del Salmo XXV, versículo VI.
En español ese fragmento dice: «Lavaré en inocencia mis manos y así andaré alrededor de tu altar», pero en latín la primera palabra que el religioso pronunciaba era, justamente, lavabo —yo lavaré—, primera persona singular del futuro de lavare. Con el tiempo, la vasija empleada adquirió ese nombre y después, por extensión, se le dio a los demás recipientes que servían para lavar las manos.
Julia Santibáñez es licenciada y maestra en letras. Desde hace años trabaja como editora de revistas. Le fascinan las curiosidades lingüísticas —y de otro tipo.