Esta historia comienza muchos siglos antes de que la psicología —primero—, la neurobiología y la neuroquímica —después— se interesaran en observar y describir los nada sutiles cambios en la conducta de los enamorados. Y también en entender qué pasa en nuestros cerebros cuando alguien «nos ha sorbido el seso», como consecuencia de cambios en las concentraciones de muy diversos químicos —o drogas— presentes en nuestro organismo.
El anhelo de modificar artificialmente, a favor nuestro, los sentimientos de la persona que deseamos con pasión es universal y, animales como somos, tiene su fundamento evolutivo, dado que la selección natural favorece a los Don Juanes o Casanovas que consiguen pareja y pueden reproducirse y pasar sus genes con éxito a la siguiente generación, respecto de aquellos cuyos amores no son correspondidos.
Enfrentados a este reto, es entendible que en cuentos y leyendas de todo el orbe, y en la literatura de todos los tiempos, se hable de encantamientos para conseguir el corazón del ser amado; en todos ellos, la forma más rápida y sencilla de lograrlo es mediante una poción de amor.
Los componentes del brebaje amatorio varían según el tiempo y el lugar del que se trate; desde una manzana colocada bajo nuestra axila durante un día entero, que luego se le da de comer al amado —pasando por el mexicanísimo toloache—, hasta remedios caseros y disponibles en Internet a bajo costo con ingredientes tan comunes en cualquier cocina como canela, tomillo y romero. Aunque poco higiénica, la historia de la manzana enamorante podría tener una explicación desde el punto de vista inmunitario: hay estudios que muestran que, al elegir una pareja únicamente con base en el olor, es más probable que las mujeres escojan a alguien con anticuerpos diferentes a los suyos, por lo cual, si llegan a aparearse con ese alguien, el fruto de su amor tendrá un sistema de defensa más completo.
Y si de toloache hablamos, es probable que su fama como pócima de amor se deba más a uno de los efectos de ingerir esta planta de la especie Datura inoxia, que contiene escopolamina, alcaloide que, en dosis pequeñas, tiene una acción sedante, nos relaja y nos lleva a un estado similar al atolondramiento que tradicionalmente —y con cierta razón, como veremos más adelante— asociamos con quien está «locamente» prendado de una persona: adormecimiento, dificultad para hablar, reflejos tardíos… Véase cualquier animación clásica de Disney en la que uno de sus personajes se enamora a primera vista.
La apasionante neurociencia detrás del amor
Va, mortale avventurato;
un tesoro io t’ho donato:
tutto il sesso femminino
te doman sospirerà.
Gaetano Donizetti, El elíxir de amor
Gracias a diversas tecnologías, como las imágenes por resonancia magnética, los neurobiólogos pueden determinar qué regiones de nuestro cerebro se activan cuando pasamos por alguna de las tres románticas etapas con las que los investigadores clasifican el enamoramiento, con base en los cambios que ocurren en nuestro cerebro: lujuria, atracción y apego.
Durante la etapa de lujuria buscamos la unión sexual con cualquier pareja que esté disponible. En la de atracción elegimos, de entre los candidatos posibles, aquél que consideramos adecuado —un adjetivo que reúne distintas características, dependiendo de si el «lujurioso» es un macho o una hembra—. En la etapa de apego decidimos permanecer al lado del compañero elegido, si bien el tiempo de permanencia varía, de meses a años. De nuevo hay una razón evolutiva para ello: el tiempo que tarda una pareja de nuestra especie en asegurar las posibilidades de supervivencia de un bebé al mantenerse juntos, o al menos así fue durante los cientos de miles de años anteriores a nuestra era moderna.
Los estudios revelan que, como si de un indio amazónico se tratara, Cupido ha puesto en la punta de sus flechas muy diversos químicos que modulan nuestro comportamiento y fisiología en cada una de estas fases. Siendo más precisos, cuando escribimos «los estudios revelan» nos referimos, en buena parte, no a experimentos con nuestra especie, en la que usar un coctel de drogas para intensificar o reducir alguna de las etapas citadas en un grupo de voluntarios podría no ser visto como algo ético —haciendo por un instante a un lado el problema de hallar un número suficientemente grande de enamorados que desearan poner a prueba la fuerza química de su amor—, de lo que hablamos en realidad es de trabajos con perritos de la pradera y perritos de la montaña —de la especie Microtus ochrogaster y Microtus montanus, que, a pesar de lo que indica su nombre, son roedores, no caninos.
Los perritos de la pradera son monógamos, mientras que sus parientes montañeses son polígamos. Las dos especies resultan muy útiles para averiguar si basta con administrarles X o Y compuesto para que un —hasta ese momento leal a su pareja— perrito de la pradera decida que es momento de quitarle el diminutivo a su nombre y copular con cuanta perra —perdón, perrita— se le ponga enfrente.
La evidencia es apabullante: sí es posible modificar químicamente y de manera determinante el amor, en términos de la facilidad con que se forman vínculos afectivos en una pareja de estos pequeños mamíferos cuando se les suministran dosis de las hormonas vasopresina a los machos y oxitocina —popularmente conocida como «la droga del amor»— a las hembras. Resultados similares se han visto en estudios relativos a nuestra especie.
Amorosas manipulaciones: drogas sintéticas
Los neuroquímicos de hoy cuentan con los conocimientos necesarios para manipular artificialmente, en cierto grado, la intensidad de nuestros sentimientos amorosos en cada etapa del enamoramiento… ¿Pueden con ello transformar a cualquiera en Katy Perry o Channing Tatum? No en realidad, si bien es verdad que ya existen drogas sintéticas como el 3,4-metilendioximetanfetamina, abreviado como MDMA, «comercialmente» conocido como éxtasis, y popularmente llamado Lover’s Speed. Esta «droga del amor» no actúa como un afrodisiaco,4 sino que intensifica el deseo de proximidad emocional, de «estar conectado» con alguien, posiblemente debido a que estimula la producción de oxitocina en quien lo consume.
Amor con receta médica
No debe desvelar a los románticos un escenario como el imaginado en la película Poción de amor #9, ni ver en la química un peligro para el amor «auténtico». Poco importa que nos dopemos con éxtasis o que cupidos de bata blanca nos flechen con oxitocina y vasopresina: el amor no surgirá mágica ni, mucho menos, científicamente. Lo que sí es posible es manipular la química de nuestro cuerpo de manera que, por ejemplo, una terapia de pareja sea más sencilla de realizar al incrementar los niveles de deseo sexual y de bienestar al estar juntos. El amor —que no el enamoramiento— entre dos personas sigue dependiendo de su completo albedrío.
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